viernes, octubre 22, 2010

Saltador urbano

La mejor manera de salvarse, la única, es saltando. Saltando hacia atrás y sin pensar demasiado en la posibilidad de haberse lanzado para adelante. Recibir el golpe repentino en las rodillas, ese golpe que por esperado es inesperado. Ese estrujamiento de los ligamentos, la tibia reclamando su presencia, su importancia, los huesos sin resistencia doblándose hasta el punto que ya no dan más y están a punto de sonar. Esa la única manera, recibir de lleno el efecto de dar con los pies en la acera de repente, a una velocidad que el cuerpo no resiste. Ya luego viene el quejido inevitable, las piernas perdiendo su entereza y dejándose, entendiendo que hay un punto en el que ya no se da más, entonces el cuerpo, vencido, se cae al suelo al completo y la boca se estampa en el suelo con poca fuerza pues las manos y los codos se han encargado de frenar la fuerza que las rodillas no pudieron y entonces, ya en el suelo, viene un olor, una esencia con la suma de olores que están condensadas, siempre, en las aceras, en el asfalto, es un olor peculiar y que sabrá evocar todo aquel que se haya dado de morros en una acera. Es un olor a cemento y a tierra seca. Es un olor raro, incomprensible porque no se entiende que ahí abajo, a ras de suelo, también exista una esencia, el olor primitivo de la ciudad, el sudor de las calles. Ya en el suelo comprendes, definitivamente, que la caida te ha salvado, te ha producido algunos rasguños, algunas heridas que sangran levemente, pero sabes que te has salvado, de algo invisible, de algo indefinido, pero te has salvado de algo que venía a suceder justo después del instante antes de salta hacia atrás. Duele, si, pero libera.

No hay comentarios.:

Mi lista de blogs

Afuera