sábado, octubre 23, 2010

Los parques

Ese parque estaba muy bien, era amplio, muy concurrido y lleno de actividades liberadas para Nicolás. A nosotros nos relajaba, llegábamos al parque y Nicolás salía corriendo al fondo, donde ya era casi rutina encontrarse con los mismos niños. Nos despreocupábamos y Nicolás se divertía, además el tipo de padres era agradable y nos fuimos relacionando sin intimidades pero cálidamente. Mientras Nicolás se enfrentaba en guerras inventadas en ese espinoso campo de batalla de los columpios, nosotros hablábamos con los padres de aquellos niños del tiempo, de las vacaciones de verano, de las gripes y de actualidades informativas o de películas que nos gustaban y recomendábamos. A veces iba yo, a veces Lola, a veces los dos. Casi siempre a media tarde, en esa hora que el día cede y cambian los ciclos. Nos apoyábamos en los bancos al fondo, nos juntábamos aleatoriamente, saludábamos y dejábamos de ver a los niños que poco a poco fueron sumando muchos, muchísimos. Un batallón que se entremezclaban allí, como una masa de energía incontrolable. Muchas tardes hablaba con el padre de Juan. Un tipo agradable, pausado. Quizá era el padre con el que mejor me llevaba y con el que generalmente terminaba hablando. Compartíamos gustos, nos interesaban cosas en común. Era un tipo de conversación profunda y llegó a convertirse en algo más que en una charla banal y diplomática en una esquina del parque, me agradaba que fuera cayendo la tarde y bajar al parque para reunirme con el padre de Juan, mientras Nicolás se enfrentaba allí, despreocupado de mi mirada. En eso el parque era liberador para Nicolás como hijo, para mi como padre. Nicolás se volvía un niño más en aquel cúmulo de pequeños seres donde nunca identificabas a ninguno y yo charlaba con el padre de Juan, el tipo había vivido en varios países, viajaba mucho y contaba asuntos peculiares de esos viajes lejanos. Escribía, eso me dijo, por afición; aunque confesó que le dedicaba al asunto muchas horas al día. Un día me hablaba del horror en un viaje a Angola, otro día del recorrido tremendo que hizo con unos tipos desde Guatemala hasta la frontera de Estados Unidos. Así las tardes en el parque se volvieron un asunto interesante para mi. Luego, cuando ya caía la noche Nicolás se acercaba sin necesidad de llamarle y nos íbamos. Nos despedíamos con prisa, mirando la hora cercana del baño y de la cena, un "mañana nos vemos" y ahí quedaba todo. No caes, no te das cuenta, a veces no te fijas. La rutina se va implantando y no caes en los detalles que la sostienen. Las cosas van ocurriendo y no te da por preguntarte lo primordial. Alguna tarde en el camino del parque a casa le dije a Nicolás que si un día quería invitar a dormir a Juan que lo hiciera, pero Nicolás me dijo que no sabía quien era Juan. Son tantos niños amontonados en sus juegos, en sus normas. Juan y Nicolás simplemente no habrían congeniado, las relaciones. Pero no te percatas, siguen pasando las tardes, acudes a la rutina, te instalas en la esquina del parque con el padre de Juan y charlas y el te cuenta, que hasta que nació el niño todo era desbarajusta en su vida, pero que desde el niño lo que quiere es llevar otro ritmo, pero Juan, Juan siempre se queda el último, Nicolás siempre viene a buscarme antes que Juan a su padre y siempre nos vamos primero y sigues, no te preguntas porque la rutina se instala y aniquila las preguntas primordiales y el padre de Juan siempre ahí, que siempre se queda el último, hasta que comprendes, hasta que la realidad cae como un niño se desliza por el tobogán, que el padre de Juan no tiene Juan, que se queda y nunca va a buscarle ningún niño, que el padre de Juan no es le padre de Juan, porque no hay Juan, porque no hay niño y entonces por un temor, por una duda incomprensible, de golpe, sin aviso, sin transición, le dices a Nicolás que nunca más volveremos a ese parque y Nicolás pierde de un plumazo sus batallas, sus compañeros. Fue a partir de ahí doctora, que el niño empezó a hablar solo y le juro, le juro que cada día, cuando le descubro hablando solo me pregunto si ese niño invisible, ese amigo inexistente, es Juan y su padre a su vez, es el mío, mi amigo invisible.

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