viernes, octubre 29, 2010

Genética

No hay odio, tampoco una sensación creciente de amotinamiento. No hay imágenes violentas de aniquilamiento. El hijo mira al espejo y ve gestos y rasgos profundamente marcados de su padre. La genética es demoledora porque imprime en tu cara el recuerdo insistente y fulminante de donde vienes. Se parece a su padre en la forma de la cara, en el giro fino de los pómulos. Hay motivos suficientes para coger la pistola y apuntarle y descargar con imprecisión una hilera de balas entre su hígado y su bazo, sin embargo lo que le despierta es una profunda apatía, casi pereza. La pereza de lo que pudo ser y el reloj ignoró. Hay cosas que se pasan de tiempo, como ese autobús que pasó antes de que llegaras a la parada. No lo viste, pasó y se fue. Ojos que no ven corazón que no siente. Eso le produce el rostro de su progenitor. Un autobús que no se ha visto pasar. Mientras tanto reconoce la capacidad indudable de sus genes que han impreso a fuego lento esos ojos incrustados, esa facilidad innata para la divagación y ese caos incomprensible para los otros en el pensamiento. Se ve reflejado en el espejo y comprende que en el fondo no es más que el vestigio de un coito. Un gemido que reverbera durante años. Un orgasmo en una habitación. Los ecos de los gestos en su cara así lo recuerdan.

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