jueves, febrero 25, 2010

Ventana indiscreta

Ella siempre hace gimnasia mientras él hace algún tipo de trabajo en la mesa con el ordenador, su ventana está casi en línea paralela con esta ventana y puedo ver con cierta facilidad ese movimiento de la vida diaria que siempre resulta robótico y sin sentido a quien lo observa desde la distancia que hay entre ventana y ventana con un patio gigante de por medio. En realidad no es un patio, en realidad lo que nos separa son los parkings traseros de su edificio y el mío, pero lo cierto es que la distancia es tan insalvable que se puede concluir que nos separan dimensiones, niveles, capas. Ellos pertenecen a aquella realidad del edificio de enfrente, a aquella proyección. La observación lleva a la reflexión y esta a la abstracción y sus vidas vistas de un modo abstracto me han terminado resultando una ficción. Ella hace gimnasia mientras el escribe en la mesa de la sala. Ella se concentra en sus ejercicios, el teclea concienzudo. A veces ella se gira y comenta. El acto carece de sentido visto desde aquí. Ella estira, baja, juguetea con la extensión de sus músculos y de repente con un gesto que la distancia distorsiona o no deja completar, gira hacia él y comenta, el afirma o niega sin levantar la vista del ordenador y siguen. No siempre es así, hay veces que están a otras cosas, pasan se sientan, ella se levanta, desaparece en el fondo imposible de una puerta que da a un terreno inaccesible e inexistente para mi. ¿Que hay más allá de esa puerta? ¿La cocina? ¿el pasillo? ¿o la habitación? Nada que jamás vaya a descubrir, allí, tras esa puerta ya todo se aleja. Luego vuelve de aquel mundo y se vuelve a sentar. Comen, hablan, pasan. Luego por las noches se enciende la luz o no se enciende. Hay veces que no existen en ese microcosmos que es mi campo de visión, entonces los imagino lejanos, en aquellas galaxias remotas que son las calles de la ciudad. La ventana está apagada, no hay movimiento y los visualizo en otras realidades donde los actos parecen algo más comprensibles sin serlo realmente. Luego vuelven, se enciende la luz, vienen vestidos de calle, las ropas que han ido cambiando todos estos años, se desvisten, se ponen cómodos, gesticulan mientras van y vienen. Vuelven a ser eso que observo, esa abstracción, esa proyección de vidas al otro lado de la ventana. Todos esos actos de dos dentro de una casa. ¿Quien puede explicar o comprender todos esos movimientos que desde aquí jamás han parecido tener continuidad? ¿Quién puede entender que ahora se levanten, vayan, vuelvan, giren se desvistan, apaguen la luz? Nunca repiten o todo es siempre lo mismo, pero la línea, la progresión de lo que sucede es impredecible. Eso veo, por eso cuando la semana pasada la vi a ella en la esquina norte, sin darme cuenta la saludé y ella me miró desconcertada y pensé que nada era igual sin la ventana, sin la distancia insalvable de nuestros edificios y subí a casa corriendo a esperar que pasara el día y volvieran, por fin, a casa.

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