miércoles, febrero 17, 2010

Lejana

Fotógrafa en los ratos libres, solitaria a tiempo completo, lejana por naturaleza, ausente aún cuando está delante, eternamente silenciosa. Este es el cuarto intento de describirla y aún no logro ni acercarme. Sospecho que su descripción es básicamente la de ser indescriptible. Incluso físicamente es compleja. Es hermosa, claro que lo es. Esa cara puede trastornar al mas sensato y por lo poco que se, así ha sido. Algunas veces la confundí con esos personajes de libros que parecen irreales. Ir a su lado era un enigma, como son un enigma algunos de esos personajes con los que fantaseaba que iba mientras iba con ella. Si escribiera su nombre, que no lo voy a a hacer, lograría traducirla en literatura, porque hasta su nombre parece uno de esos con el que arranca una historia. Hay gente que apenas varía físicamente a lo largo de los años. Mantienen los gestos y las proporciones durante años, durante casi toda la vida. Le pasa a mi hermano, le pasa a mi madre, le pasa a ella, no me pasa a mi. Ella mantiene su cara intacta. La he visto ahora y su cara es aquella cara de la adolescencia. Aquella mirada, que venía desde un lugar desconocido, sigue igual, viniendo desde allí, ese sitio al que no ha llegado nadie. Ahora veo sus fotos y pienso lo inevitable, la miro y veo esa belleza obvia pero atractiva en lo menos evidente. Sigue allí, instalada en ese lugar donde no llega nadie. Creo que eso fue lo que temí cuando nos acercamos cara con cara en aquella plaza, hace algunos años. Fui yo el que no se lanzo por ese precipicio. Está tan lejos, tan remota, que si mi cara se acercaba del todo a esa cara, aún hoy, estaría cayendo. Creo que eso explica esa lejanía, esa soledad casi impuesta. Cuando te acercas a ella se avanza tanto por lugares vacíos, que hay un momento que temes que no merezca la pena el camino, que no valga el esfuerzo la recompensa. Lo que te atrae, es lo mismo que te empuja de vuelta. Hay tanta distancia hasta su voz, hasta sus gestos que eso mismo que te invita a caminar hacia su boca, es lo mismo que hace que te frenes y deshagas el camino. Eso lo reflexiono ahora, en aquella plaza, con un sol de justicia sobre nuestras cabezas, yo pensé otra cosa. Fui lanzando mi cara atrás mientras notaba que su boca estaba cada vez más cerca. No fue miedo, fue ese desanimo que me produce el frío, el invierno. Cuando uno ve esa cara que apenas varía con el paso del tiempo, sospecha que allí, que si caminas mucho, hay una primavera, pero es tan largo el invierno previo, que si, que te paras y te vuelves a casa. Sin embargo no puedo evitar ver esas fotos, ver esa cara y pensarlo, como siempre se piensa, como siempre se especula: ¿Qué hubiera sido si hubiéramos recorrido esos dos centímetros que le quedaba a mi boca para llegar hasta la suya? Miro su foto esperando esa respuesta. Afuera llueve y sigue lloviendo.

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