lunes, febrero 08, 2010

Manuscrito

Amanece con el cielo gris profundo, el suelo está húmedo y huele a tierra mojada. Por la ventana he visto la carretera por la que alcanzamos este hotel anoche. He reconstruido las formas del lugar, de noche los espacios son tan variables que he tardado en darle forma a todo lo que se veía. No pasa nadie y este hotel es lo único que ocupa espacio en esta larga recta hacia la nada. Nos ponemos en pie y diez minutos después estamos montándonos en el coche. He pagado con tarjeta porque no nos queda efectivo. Hemos ido callados los primeros kilómetros, anoche discutimos al llegar al hotel, yo sospecho que por los nervios acumulados. El cristal del coche mantenía muchas gotas de agua y se colaba la humedad por las rendijas de las puertas. El coche no va mal, pero tampoco es excesivamente cómodo. La radio la encendemos a veces, las emisoras pasan por estilos variados, desde jazz de mediados de siglo a electrónica industrial. Ayer, durante bastantes kilómetros, estuvimos escuchando un programa raro donde un tipo contaba historias de gente que confesaba tener amigos invisibles y le habían escrito cartas contándole anécdotas sobre esa amistad no visible. Entre historia e historia iba poniendo canciones generalmente acústicas y de tendencia melancólica. Una de las historias me llamó la atención, una chica contaba en su carta que su amigo invisible era muy posesivo y que incluso la esperaba a la salida del trabajo. Que ella le tenía mucho aprecio pero que a veces se cansaba de esa relación algo asfixiante. El asunto me pareció complejo: ¿Cómo le dices a tu amigo invisible que hay que darse algo de espacios, que es mejor no pasar tanto tiempo juntos? El programa terminó con una canción hermosa y triste, que me parecía la melodía perfecta para acompañar el paisaje que íbamos recorriendo. Creo que fue al rato que empezamos a discutir, por más que lo pienso no se cual fue el motivo preciso de la discusión. Ella me recriminaba el exceso de kilómetros del viaje, yo le argumentaba que yo hubiera deseado que todo esto no pasara, que no estaba acostumbrado a distancias tan descomunales y que si nada de este lío hubiera sucedido jamás estaría conduciendo tantas horas, tantos estados. Me cansa dormir en sitios desangelados. Casas tristes donde habitualmente sólo dormimos nosotros y en donde nos da la llave alguien que parece no haber salido, jamás, al mundo exterior. También me cansan esos sitios de comida rápida donde tenemos que comer. Me cansa este viaje, su motivo, me cansa que nos desgaste y que pasemos tantos ratos en silencio, como si lentamente la carretera se fuera separando en dos para ella y para mi y cada mitad del coche siguiera una ruta diferente para copiloto y piloto. He encendido la radio y sonaba un tipo que se llama Cass McCombs o eso he entendido. He mirado en el asiento de atrás, he visto el manuscrito en su sitio. A veces me dan ganas de frenar y leerlo en voz alta en medio de un descampado o ese descampado infinito que recorremos constantemente, pero el temor extraño de ser visto por ellos no me permite hacerlo. La indicación fue clara y contundente:"Si lo leen, mueren. Hagan el favor de transportarlo y nada más. No jueguen con sus vidas" Pero ¿Cómo podrían saber ellos que lo hemos leído? En eso paso también muchos ratos. Pensando en la posibilidad de leerlo, aunque en el fondo se que no lo haré. Con ella no lo he hablado en todo el viaje. ¿Pensará ella también en leerlo? Kilómetro 1876. Enciendo la radio, suena Clint Mansell. ¿Qué diferencia hay entre la luna y esta carretera? Ella se gira, sigue sin hablar, lanza la mano al manuscrito y por primera vez desde que arrancamos este viaje, ese montón de hojas encuadernadas se mueven de su lugar fijo. Lo abre y sin decir nada comienza a leerlo. La miro, pero ella no me hace caso, casi como si no estuviera ahí. Siento el calambrazo del nervio subir, como un ascensor, desde la boca del estómago hasta la garganta. Último piso.

.- ¿Qué pone?- Le pregunto

Ella no me mira. No contesta. No está en trance. No sucede nada paranormal, simplemente no me habla. Sigue leyendo, pasa de página.

.- ¡Por Dios! ¡Dime que pone! Dime que hay en ese manuscrito.

Ella se gira y por primera vez desde que nos hemos levantado me mira.

.- No entiendo lo que pone. Son frases sueltas. En diferentes idiomas- Me dice asustada- ¿Por qué hemos terminado en este lío?

Con ansiedad detengo el coche en el arcén, lanzo la mano, se lo quito y comienzo a leerlo. Una mano toca la ventana del coche. Me giro y veo que nos apuntan. Vuelvo a lanzar la vista al manuscrito:

"Dos semanas para el vacío. El mapa del silencio. Nadie quedará de los que hablan en latín"

Arranco a toda velocidad y evito, incomprensiblemente, el primer y segundo disparo. Giramos en el primer desvío. Veo por el retrovisor que una wagoneer nos persigue. En la radio cuentan el resumen de noticias nacionales. En ese momento se que jamás llegaremos a nuestro destino: "Norwood Ave con Armand St". Acelero, me desvío en otro cruce. Vamos por una carretera estrecha, el cielo está inmóvil, pesado, gris eterno.

.- No quería esto para ti, cariño. No se como hemos llegado hasta aquí.

Ella abre su ventana. Entra una masa de aire frío que agita su pelo. Coge el manuscrito y lo lanza. En ese momento, lo se, logramos cambiar el destino, al menos el del viaje.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tremendo!!! Bravo H.S.!

Es difícil no venir a leer tu mundo, que siempre me sorprende con algo bueno. Gracias por esto. Gracias siempre por todo esto.


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