domingo, febrero 07, 2010

Pequeña revolución

No nos gusta que las cosas estén dirigidas de ese modo. Preferiría alterar un poco las normas rígidas y solidas de la convivencia. Acepto, claro que lo acepto, cada una de sus, muchas veces, incomprensibles leyes. Ellos las imponen, ellos dirigen, pero creo que no aceptan variaciones con facilidad. No se puede prever, siempre, todo lo que va a suceder. Yo no me puedo anticipar a cada paso. Hay veces, algunas veces, que las cosas deberían llevar otras normas o ni siquiera normas, aceptar la fragilidad de los acontecimientos, de los sucesos. ¿Quién puede medir siempre? ¿Quién puede controlar cada paso? Tiendo a la improvisación, aquí tendemos todos a ella. Cambias de decisión a con velocidad y de repente lo que parecía un juego cambia a otro juego. Nos desplazamos por el tablero, somos fichas, pero el juego varía, cambia. Aquí, sobre todo aquí, importa el medio no el final. No vamos hacia algo, ese algo cambia a cada rato. Acepto, claro que acepto, y me adapto a su rigidez. Finalmente ellos son el comite de expertos, ellos traen el estudio y la experiencia, pero a veces se atan tanto a eso, a esa falta de novedad. Nadie sabe nada. Es cierto, si subo por ahí, sin control, me puedo caer, claro que me puedo caer, claro que si no voy con cautela a la hora de subir las escaleras del tobogán puedo irme hacia atrás y caer sobre los otros compañeros de descenso, pero no es exceso que no nos dejen ir hasta donde los árboles porque allí se nos mancharán los pantalones. Son pantalones mamá. No es más. Al final más o menos sucios los terminarás metiendo en la lavadora, y sin embargo a mi me privas de ese bosque enigmático que se abre allí. Tras esos árboles, dice Paula, que comienza un lugar donde hay gnomos y hadas, pero yo no puedo ir porque los pantalones se llenan de barro y me pierdo ese mundo encantador, ese mágico bosque delirado. Pero no, a mi se me niega por las normas, por las leyes, por esa imposición a veces irracional de ese mundo incomprensible del cuidado, de lo que no mancha, donde por no pasar nada malo, al final no pasa ni lo bueno. Aceptarlo, a veces deberías alterar brevemente esas sólidas y contundentes normas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que grande eres, Henry. No me alejo nunca de aquí, donde hay barro y se ensucian mis pantalones.


C.L.

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