miércoles, febrero 10, 2010

Hoja de presentación

Nunca he estado pendiente de los días. Me lo permite mi trabajo, mi forma de vida. A un pintor lo mismo le da un jueves que un domingo. El lienzo, si cabe la cursilería, no tiene horario, no fecha en el calendario. Los trazos son atemporales, no conoces de festivos. Los rojos, los negros, las texturas no saben de semanas, de líneas temporales. Uno debe ponerse ahí, meditar sobre los espacios y sobre las perspectivas sin sospechar que afuera se celebra la semana santa o el día que la ciudad, el país entero, firmó un viejo tratado, una vieja libertad. Por lo tanto jamás sospeché, hasta cuando fue demasiado tarde, del robo, de la ausencia.

La prímera vez que recuerdo haber notado el primer cambio fue un domingo, claro que recuerdo que era domingo, porque es el único día que no abren en el restaurante de Felicia. Ella abre de lunes a sábado y bajé aquel mediodía, convencido de que era cualquier día menos domingo. El sábado anterior había ido y no percibía la sensación de que hubieran transcurrido una semana y un día. Era domingo, el cierre estaba echado, el vacío brutal de los sitios que siempre están llenos cuando están vacíos. Volví a casa, algo sorprendido. Pensando, como siempre, que el tiempo se escurre como agua, se desborda y de repente pasan más días de los que se sospechan. Esa fue la primera señal, que ahora recordando, me viene. El primer síntoma. Luego vinieron otros detalles. Las semanas, que siempre pasan rápido, se juntaban, se amontonaban. CUando creía que era viernes, ya era sábado. Cuando afuera sospechaba que empezaba la semana, el mundo ya vivía en martes. Eran pequeños detalles. Las visitas de amigos en fines de semana llegaban cuando yo creía que aún era jueves, viernes. De repente, por la insistencia de esta percepción, tuve la sensación de estar viviendo, siempre, un día por detrás. Pero las cosas siempre van a más, sobre todo cuando hablamos del tiempo. Y las cosas se duplicaron. Lo que antes era la sensación de un día, al tiempo se ácentuó más. Ahora los jueves eran sábado, los domingos ya eran martes. Dos días, siempre, se saltaban mi existencia. Entonces, sólo entonces, contrario a mis costumbres, empecé a observar el calendario, a marcar el paso de los días y sí. Fue entonces que lo descubrí. Faltaban, siempre, dos días en mi semana. No era mi percepción. Simplemente me faltaban los jueves y los miércoles. No estaban, cuando marcaba martes, dormía y despertaba al día siguiente en viernes. Era evidente. Alguien me había robado primero un día, luego otro. Pasado algún tiempo, me robaron el martes. Tres días menos. Semanas de cuatro días. Los meses se esfumaban, la vida se aceleraba. Envejecía, si cabe, mucho más rápido.

Decidí investigar el asunto. Primero sospeché de algún vecino, luego algún amigo.No eran ellos, no.Seguí insistente hasta que comprendí. Eran los lienzos, eran los trazos, eran las jodidas perspectivas. Eran los cuadros. Fue así que terminé montando este proyecto al que le he dedicado tanto tiempo, demasiado, el resto de mi vida. Espero que les guste esta exposición. Pasen y disfruten de "La semana del oleo". Siete cuadros en los que he entregado, y no es metáfora, toda mi vida.

Bienvenidos

1 comentario:

illot dijo...

grande!

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