viernes, febrero 26, 2010

El tren

Generalmente el tren pasa dos veces al día: Una hacia el este y otra hacia el oeste. Entre semana la hora es la misma todo el año. El del este pasa a mediodía, el del oeste a media tarde. La luz que hay a su paso marca, para mi, la evolución de las estaciones, la constante transición del año. El que va hacia el oeste o el de mediatarde puede pasar de noche o a plena luz, el del mediodía o que va hacia el este siempre tiene luz, pero esta es irregular, en verano intensa y sofocante, en invierno débil. Luego está el ruido que va creciendo en la planicie. Va apareciendo su rugido in crecendo desde la invisibilidad, tras la planicie, allí al fondo donde comienzan a formarse inapreciables los terraplenes y la vista pierde precisión. Viene creciendo esa masa grave que atraviesa la meseta, entonces alcanza mi visión y lo veo venir, lo escucho avanzando, ignorando que es escuchado. El tren, como estrella fugaz, pasa y sigue y ya todo empieza a decrecer otra vez y va volviendo el silencio a la meseta, va volviendo el silencio a mi silencio. Nada alrededor. Siempre espero a que pase el tren para encender un cigarro, entonces me da por pensar en esos pasajeros invisibles que iban dentro, les pongo cara, les imagino vidas, un destino. Les imagino bajándose del tren cuando este ya se ha detenido en la estación, les imagino desmenuzándose con sus maletas, deshaciendo ese bloque que son según bajan del tren hasta que cada uno va partiendo hacia otro destino que ya no es común. Eso imagino cuando fumo y el tren se va haciendo inaudible, casi como si no existiera ya, como si fugacidad fuera absoluta, pasa y deja de ser, aún sabiendo que no es así, que el tren avanza y pasa por otras planicies donde otros lo miran al pasar y piensan o imaginan a los pasajeros invisibles, entonces también pienso en esos, en los que mas adelante lo ven venir, van oyendo ese rugido venir que sin embargo por aquí ya no existe, van viéndolo aparecer, van oyendo esa gravedad venir, crecer, rugir, pasar y volver a decrecer para ir haciéndose invisible y seguir, donde más adelante otro, otros, lo vendrán venir, crecer, rugir y vuelta a empezar. Otras veces, cuando ya apago el cigarro no pienso ni en los pasajeros, ni en los que previamente o después ven pasar el tren, otras veces lo que hago según piso la colilla es preguntarme quien de todos es la constante, si yo aquí, si el tren que constantemente avanza y pasa o los que, como yo, lo ven pasar, lo escuchan rugir bien antes, bien después de mi. ¿Dónde está lo que es constante? o ¿Acaso son constantes independientes unas de las otras? Está mi constante donde pasan cosas inconstantes, o yo soy lo inconstante para los pasajeros que desde la ventana me ven ir en aumento, van viéndome sentado, fumando y luego voy desapareciendo y me hago invisible, pasado. Luego vuelvo a mediatarde, donde la luz, también es inconstante, mediatarde de invierno que anochece pronto y el Sol se ha escondido, mediatarde de verano que hace calor aún y el tiempo, ligeramente, se ha detenido. Y espero, espero y en proceso inverso al de mediodía, comienza a aparecer el rugido y la visión lejana del tren. Enciendo mi cigarro y espero e imagino, de nuevo, pasajeros, destinos distintos, vidas. Pasa y se va y todas mis constantes vuelven a comenzar. Los ciclos. Eso cada tarde, cada mediodía hasta este instante, que espero, que aguanto y no pasa, que llevo dos días inmóvil y nada, no va ni viene tren. Entonces entiendo, no somos fugaces, somos constantes inconstantes. Hilos que dependen unos de los otros, railes que van hacia un destino donde todos los destinos se separan. No pasa el tren fugaz y mi constantes, en esa fugacidad, también desaparecen.

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