sábado, noviembre 15, 2008

Magia para aficionados

Siempre fue muy apasionado, bastante obsesivo. Cuando se apasionaba con algo todo se convertía en esa única cosa. Era divertido verle porque a su alrededor ya sólo sucedía eso. Recuerdo una época que se hizo adicto a la escalada. Compró miles de instrumentos, leyó doscientos libros, estudió biografías sobre grandes escaladores. EN ese proceso siempre idealizaba a algún héroe. Siempre encontraba una historia, una vida humana detrás de esa actividad que le apasionaba y ya cada conversación giraba en torno a ese individuo casi desconocido para la humanidad que de repente se volvía en una especie de guia para él. Y así fue cuando llegó a la magia. Yo le conocía, siempre aparecía esa pasión de un dia para otro, sin avisar. Una mañana de sábado, yo estaba dormida todavía, me movió en la cama agitado, me preguntó que si estaba despierta. Me contó la historía de no se que tipo, un mago casi desconocido que había vivido casi toda su vida viajando, viviendo de la magia. Siempre trataba de llevarte a su pasión y en seguida me preguntó que si yo de pequeña no había sentido fascinación por esos hombres que parecían diluir lo real. Yo llevaba a mis espaldas una semana dura y quería descansar y le dejé hablar. Como siempre construía toda una filosofía detrás de cada nueva pasión, aquella mañana ya tenía construida toda una forma de pensamiento y una profunda reflexión sobre la magia:

- Fijate. Es en realidad un ejercicio de sublevación contra la realidad. Su base es la paranoia por que juega a hacer creer al espectador que ha visto algo que en el fondo no ha visto. Lleva al extremo la manipulación, esa caracteristica tan humana. Es la esencia pura de las relaciones humanas.

Así arranco ese periodo de pasión por la magia. Compró libros y en seguida aprendió algunos trucos, que no seré yo la que lo niegue ahora, eran atrevidos y sorprendentes. Cuando ibamos a alguna cena con amigos, a alguna fiesta practicaba su cada vez mas perfeccionado show. Empezó con algunos trucos de cartas, rapidamente aprendió a hacer desaparecer objetos, un pañuelo, un reloj. Reconozco que adquirió habilidad y mas que un aficionado poco a poco parecía un ilusionista casi profesional.

Aquella tarde llegué agitada, había tenido una discusión fuerte en el trabajo y venía cansada. Al abrir la puerta le encontré excitado, parecía un niño. Salió casi corriendo hasta la puerta, venía dando voces:

.- Cariño!!. Lo tengo, ya lo tengo. Ven. ven al salón que ya me sale. Que me queda cojonudo. Vente, corre.

Me sentó en el sofá, hizo el paripe y logró sacarme alguna sonrisa. Movió el delantal de la cocina, argumentando que ese truco se hacía con capa, pero que estaba en la lavadora y que no había encontrado mejor sustituto. Movió el delantal varias veces, dijo una frase estupida y sonrió. De repente desapareció. Me quedé absolutamente sorprendida, boquiabierta. Miré a los lados, recorrí todo el salón y comprobé que había desaparecido. Me queé unos minutos sentada, esperando a que de repente, en el mismo lugar, volviera a aparecer. Al cabo de diez minutos, sintiendome casi estupida, empecé a decir su nombre. Hoy, dos años después, todavía no ha aparecido.

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