lunes, noviembre 10, 2008

Aquel tiempo

Era de las primeras veces que recorria esa zona y por la noche había un movimieto absolutamente distinto. Era incapaz de comprender que sucedía pero algo me resultaba extraño, diferente. Acababa de salir de una ausencia extraña, durante los dos o tres primeros meses en esa ciudad me había ausentado hasta de mi mismo y en aquel momento lograba comenzar una nueva forma de vida. El ser humano tiene una capacidad casi infinita de adaptación y a mi me estaba emergiendo con toda su potencia. Creo que durante aquellos tres primeros meses odié esa ciudad como jamás he vuelto a odiar nada y sin embargo estaba emergiendo de entre mis propias carnes, mis propas visceras, y ahí me veía caminando por calles oscuras y destartaladas, las calles que había detrás de mi colegio y por las que habitualmente no pasaba, menos de noche. Toda esa zona de tiendas, de restaurantes baratos, de clubs sórdidos me resultaba no lejano, sino irreal, una especie de planeta delirado. Caminaba con Davis y Sanchez. Dos tipos que resultaron ser realmente especiales y que de algún modo me salvaron en ese extraño exilio en el que vivía. No recuerdo cual era nuestra dirección, hacía donde ibamos, simplemente me veo caminando con ellos dos, por esas calles de atrás, por ese planeta paralelo, creo que planificando montar algo que luego si ocurrió, el primer grupo en el que toqué en mi vida. Sanchez había tocado la caja en una banda de un colegio y conservaba maneras en unas muñecas bastante prodigiosas, Davis no tenía ni idea de música pero le ofrecimos tocar el teclado, era un casio con dos octavas y que tenía uno sonido abominable, eso creo que explica que Davis no durara mas de tres ensayos. El caso es que caminabamos por la 21, mas allá, subimos casi hasta la avenida y yo sentía que dentro de que la vida una vez llegados hasta ahí, asumida como un delirio, era caótica y móvil, llegaba a tener cierto sentido, o mas que sentido, comenzaba a no ser tan exageradamente amorfa. Caminaba con unos tipos que siempre habían caminado por ahí, que recorrían ese cosmos con cierta maestría. Lo sorpredente de estos era que vivían a su ritmo gobernados por ellos mismos, eramos pequeños, teníamos catorce aos y sin embargo ellos se marcaban las horas, se buscaban su comida. A mi aquello me resultaba extraño. Si tenían hambre buscaban algún sitio donde comer, se sacaban algo de dinero de los bolsillos y pedían algo en cualquier tagüara, yo tenía ritmo, había cena en casa, no podía llegar un martes a cualquier hora. Estos dormían donde caía la noche, no había porque ir hasta casa, nadie esperaba. Aquello tenía cierto misterio para mi, sumado al enigma incomprensible de aquellas calles extrañas, viví mi aterrizaje en aquel planeta con la fascinación de un astronauta perdido que baja de la nave a años luz de casa. Aquellas calles de movimientos extraños, aquellos dos nuevos compañeros, aquel nuevo orden, aquella ciudad. No se donde caminabamos, pero es que en realidad se camina a ningún lado, se camina hacía el final, pero sin saber donde cojones es que está ese final o si tiene sentido caminar hacía el final, se camina hacía el por que no hay otra, por que una ola o una especie de muro invisible te va empujando y te arrastra, caminas por calles sin saber donde se va, por el puro acto de caminar o de recorrer. Recuerdo esa noche pero hubo muchas mas, caminando con Davis Y Sanchez, a veces mucho rato callados, sin hablar, siguiendo un ritmo incomprensible, dando patadas a latas en el suelo, como si estuvieramos buscando algo que nunca supieramos que coño era lo que estabamos buscando. Buscando la nada, eso era, buscando el vacio o caminando sobre el, caminando por aquellas calles como el que camina por la nada y sin urgencias, caminando por esa nada como el que busca salir de ella sabiendo que en el fondo no hay salida, que en la nada se entra y no se sale. Caminando sin ansiedad, a paso lento por esas calles que aún hoy no descifro. Un bazar, un restuarante chino, tres o cuatro tiendas de productos esotéricos, aceras que se levantan un metro del asfalto, puestos de comida callejera, clubs de nombres exageradamente irreales, edificios horrendos y mal arreglados, que se caen a cachos, tipos que pasan y se van. Cerca de todo aquel cosmos delirado vivía un profesor que jugaba al engaño, jugaba a la amistad para luego presionar con el temible juego de la caricia. No me acuerdo de donde era, no era de allí. Era el tipo mas flaco que he visto en mi vida, tenía las manos con la piel jodidamente seca, le vimos salir de un bar, iba borracho y se acercó. Aquel diablo presionaba siempre en los pasillos del colegio, siempre presionaba, curiosamente, a ese trio que ahora tenía delante. Nos vió y sonrió, se le iluminó la cara y se acercó con aquella sonrisa, que ahora traduzco. Siempre acariciandonos, buscando la debilidad de un adolescente en celo. Ahora comprendo, pero en aquel momento no comprendía. El tipo engañaba con la máscara de la amistad, de un intimidad que parecía agradable. El tipo iba con los ojos desorbitados. Siempre pensé, pasados algunos años, que ese tipo tenía la mirada del que ha vivido en un infierno, pero esos infiernos únicos y exclusivos que les está reservado a ciertas personas. No se que vió con aquella mirada, pero aquel tipo venía de uno de esos infiernos que sólo ven unos pocos. Daba clases de gimnasia y siempre que pasamos por aquellas calles de noche lo encontrabamos así, muy borracho, muy desorbitado, caminando con aquel cuerpo delgado a tumbos. Luego le veías en el colegio y parecía no recordar aquello. Era parte de aquel cosmos que se sucedía por allí detrás y que intuyo todavía sucede. El mundo es extraño, este planeta es inabarcable en realidades. Existen tantas, la realidad está tan bifurcada a lo largo y ancho que no hay sentido si quiere comprenderse. O yo al menos, no lo encontré y sigo sin encontrarlo.

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