martes, noviembre 25, 2008

Ahí ya no hay nadie

Bajó a fumar a ese banco donde se veía el valle. Lo habitual a esa hora de la tarde era que el banco estuviera solo, que comenzara a largarse el sol y que se escuchara como un eco de agua o algo parecido al agua, el tráfico por la avenida que atravesaba el valle. Un tráfico poco fluido, pasaban coches si, pero pasaba uno, pasaba otro, como desechos de algo que venía de mas arriba, desde la ciudad. Fumó un cigarro que había comprado en la bodeguita donde el tipo ese tan amable del que nunca supo el nombre. Lanzó la colilla hacía el valle, sabiendo de antemano que esta jamás llegaría. Pensó en el valle, pensó en esa imagen y descubrió que esa vista tenía cierta tendencía a lo inexplicable, estaba en un banco que daba a un valle atravesado por una avenida de poco tráfico. Miraba con atención la vista que tenía al frente y dedujo que tenía mucho de problema matemático, uno que sino te lo explican jamás comprendes. Algo de eso tenía esa vista. Se podía ver y vista se entendía pero sin ser vista era dificil de explicar, de describir. Imaginó o trató de imaginar como vería o recordaría esa vista si estuviera diez años sin verla, como recordaría esas tardes fumando frente al valle. Como recordaría a aquella chica de la que ya luego no habría rastro. Y eso se sospecha, pero se sospecha fuera de consciencia, en un lugar invisible y desde el cual, obviamente, es dificil imaginar. Cerró los ojos e imaginó diez años, pero diez años no se imagina, pasan y ya, pero no te puedes imaginar el paso de diez años en unos cuantos minutos. En cualquier caso intuyó que aquel instante era caduco, se acabaría. No ya sólo esa tarde, sino esas tardes repetidas. Esa extraña sensación de soledad. Una soledad no del todo aceptada, porque la soledad tiene mucho de invisible, de confuso. Va y viene y sobre todo no siempre es real. En su caso había un amasijo de sensaciones, no del todo claras, que se arremolinaban unas con otras y formaban aquello que, bien visto, se asemejaba enormemente a la vista que tenía enfrente. Un valle, una avenida con poco transito y un banco no del todo cómodo. Levantó la vista y miró, por costumbre, la ventana de la chica, la cortina corrida donde nunca se veía nada y sintió otra vez, ese vacio que había cuando miraba las casas de los otros. En su caso siempre había una sensación de lejanía, siempre pensaba que los demás estaban ocupados y a él se le iban las tardes fumando y pensando memeces. Los demás nunca estaban en casa, estaban fuera, ocupados. Y el ahí en el banco mirando la avenida de poco transito y pensando en eso que, realmente no era soledad, pero que el lo confundía con algo parecido. También fue decidiendo, sin decidir del todo, que eso debía acabar. Lo fue decidiendo en el subsuelo o algo que hay en el cuerpo humano que debe ser muy parecido al subsuelo. Las decisiones, al menos en su caso, no se tomaban desde un plano frontal, estas sucedian en la garganta o mas atrás, en una zona difusa entre los pies y el cerebro, pero mas colocado hacia la espalda. Miró la ventana otra vez, pero por el puro gesto de mirar, lanzando la mirada sin esperar encontrar nada, la cortina otra vez, el vacio y le lejanía que representaban esas cortinas interpuestas entre el mundo y el. Se levantó pisó las piedras minúsculas que sonaban como algo apagado y melancólico, el sonido de ese montón de piedras recordaba a algo qe ya jamás sucedería. Luego pasaron diez años y recordando aquellas tardes comprendió que efectivamente, aquella vista, aquel valle y aquella avenida resultaban dificilmente descriptibles.

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