viernes, marzo 19, 2010

Poemópolis

Despertaba a medianoche, fumaba opio que le traía desde Chefchaouen, un amigo marroquí con el que algunos fines de semana también mantenía relaciones sexuales y escribía, tuviera ganas o no, un poema. Pasada la una de la madrugada se vestía y salía a la calle. Caminaba durante horas sin destino fijo y casi siempre a un lugar opuesto al de la noche anterior, hasta que alcanzaba las zonas donde la ciudad se va diluyendo. A su modo de entender la ciudad de madrugada es una ballena que atraviesa el océano infinito de la nada y sólo así uno es capaz de comprender algo, si es que realmente hubiera algo que comprender de las ciudades. Los poemas que escribía, siempre, tenían que ver con lo que había ocurrido en la caminata de la noche anterior. Así su literatura era un catálogo de extrañas y curiosas situaciones y personajes: Viejos que habitan en naves abandonadas, escritores que caminan buscando historias con las que se obsesionan, parejas aparcadas en callejones oscuros haciendo el amor desesperadamente, vigilantes con discursos delirados sobre la delincuencia, chicas de la periferia que quieren alcanzar el centro de alguna forma de vida inexistente. Cada noche el encuentro con formas de vida en esquinas lejanas le hacían descubrir la inalcanzable y formidable magnitud de la personalidad de una ciudad ¿Por qué que es una ciudad? se preguntaba muchas veces ¿Que es si no un encuentro al azar de destinos no elegidos sumándose históricamente unos a otros como una maraña amorfa de edificios y direcciones? Y bajo esa interrogante enigmática recorría ese boceto de laberinto que era su ciudad, cada ciudad. Avanzaba a ritmo constante, sin detenerse demasiado salvo cuando encontraba algo que era poemizable para la noche siguiente cuando despertaba y escribía su poema diario. Calle a calle, en ese silencio creciente que va en aumento desde el centro hacia las periferias, donde la ciudad se deshace y se vuelve silencio atronador:

Más que poeta soy investigador del alma de esta urbe. Mi fin no es la estética, mi fin es algo parecido a la sociología, aunque en el fondo no sea más que otro asunto metafísico. No escribo poemas para expresarme, los escribo para transformas esas visiones nocturnas en algo casi tangible. La verdad, al contrario de lo que se cree, es mas concreta en un poema que en la realidad misma. Mis poemas se pueden tocar y se pueden repetir, aquel muchacho extraño de ayer a las 3 de la madrugada en el el barrio 2 de la zona C es irrepetible y seguramente su alma a esta hora ya no exista o su visión desconcertante en esa esquina jamás se vuelva a repetir, esa realidad ya es, para siempre, inalcanzable.


Y era cierto, no era poeta, aunque su búsqueda fuera una autentica poesía: Investigador de la personalidad de una ciudad. Su obra pues recoge ese catálogo casi delirado de lo cierto, de las calles, de nuestros conciudadanos. Poemas como "Travestí que confiesa ver ovnis" o "Borracho que proyecta puente sobre el río" son joyas para comprender los escondites de esta ciudad que a veces creemos que no existe. Si, somos el parque de las maravillas y el palacio de la plata, joyas arquitectónicas que aman y fotografían compulsívamente los turistas que nos visitan, pero también somos "El Bar de Lucho Lozano, el Boxeador" ese tugurio que podemos leer en aquellos versos memorables que terminan rotundamente con: "Lucho lozano golpea todavía, pero golpea desde esa mirada que viene de 30 años antes para instalarse en ese olor nauseabundo que hay en la barra de ese bar horrendo". No dejemos de leer la obra de este peculiar autor. Poeta underground para unos. Guru del postindustrialismo para otros, yo me conformo con ver una escritor sublime. Oscuro, terrible, doloroso, pero sublime. Que narró con dedicación los delirios de esta ciudad a la que tanto quiso comprender que le terminó matando. La pregunta que queda abierta, la duda es: ¿Como hubiera sido el poema que habría escrito la noche siguiente sobre aquel ladronzuelo? ¿Como hubiera titulado aquellos versos donde narraría las peripecias de aquel delincuente que le mató por unos cuantos centimos? ¿Que nombre le hubiera puesto a su asesino? Ese hombre cruel que acabó con su vida en una esquina cualquiera de esta ciudad a la que, seguro, jamás hubiera llegado a comprender.

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