miércoles, marzo 24, 2010

Enmedio

Enmedio Martínez, tenía la peculiaridad, aparte de su enorme mediocridad, de estar siempre donde no se le deseaba del todo. Enmedio estaba casi siempre, de repente, a tu lado. Aquello era una constante. Cuando no imaginabas que podía estar, aparecía en los bares colándose en conversaciones ajenas, opinando en lugares donde no estaba invitado a opinar y emitiendo juicios con una ligereza desmedida. Enmedio Martínez era de estatura media, de clase media y vivía en la mitad exacta de su calle, su apartamento el Tercero C, estaba a la derecha del A y el B y a la izquierda el D y el E, el edificio de cinco plantas en el centro de la ciudad tenía la peculiaridad de estar pintado en dos mitades, lo que hacía que, exteriormente, el apartamento de Enmedio estuviera justo atravesado a la mitad por la línea que separaba los dos colores. Enmedio salía siempre a mediodía a trabajar en su oficio mediocre donde era uno del montón, pasaba las horas midiéndolas en medias horas y a mediatarde salía porque concluía su jornada, porque Enmedio trabajaba la mitad de la jornada. Comenzaba su tiempo de ocio y ejercía en plenitud, y esto era lo único que no hacía a medias, a ponerse en el medio de los sitios donde no era deseado. Iba al cine y , lo habrás visto, Enmedio es ese que se pone justo delante de ti, colocado de modo que no te deja ver algún trozo de la pantalla o tapa, con la mitad de su cabeza la mitad exacta de dos palabras de los subtítulos. Enmedio iba en busca de amigos y se colocaba en las mesas donde ellos bebían cerveza y fumaba esas colillas largas que hay en los ceniceros y que son casi la mitad del cigarrillo y sorbía esos vasos donde alguien había dejado la mitad de la última cerveza. Porque entre otras cosas Enmedio siempre sacaba la mitad del dinero que iba a usar porque como buen mediocre era usurero y rácano y hacia las cuentas con 50 céntimos como base. Sus expresiones de cantidad eran curiosas porque Enmedio no decía esto vale 200 euros, sino que decía esto vale cuatrocientas veces cincuenta céntimos, así que para Enmedio todo tenía que costar la mitad o sólo ponía la mitad de lo que tenía que pagar. Así que la molestía que generaba no era sólo por meterse en medio de todo sino que además se multiplicaba todo lo que el dividía. Enmedio se sentía orgulloso de su sinceridad y su sentido crítico, cuando en realidad sus frases siempre se colaban en mitad de conversaciones a las que no había sido llamado, pero además, según se giraba y dejaba ese medio tufo desagradable de las personas molestas había que poner la mitad de su dinero y seguramente la mitad de su vida, esa que no tenía porque la ahorraba o la guardaba vaya uno a saber para que. Enmedio estaba en el medio de todo. En el medio de la nada, en el medio de donde no debía estar. Atravesado, cruzado, en la línea donde las cosas cambian a otra cosa. En ese terreno se colaba Enmedio. En la mitad de la conversación, en la mitad de la vida de los otros, en la mitad de una frase, en la mitad de un concierto, en el medio de tu ángulo de visión, en medio de todo. En la mitad exacta donde las cosas no son nada, sino mera transición. En ese hueco vivía Enmedio y por eso resultaba desagradable, porque en el fondo nadie quiere esa presencia en mitad de todo. No hay nadie capacitado para habitar ahí sin resultar desagradable, Enmedio. Entiéndelo. Entiéndelo de una vez, aunque sólo sea la mitad del texto.

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