jueves, marzo 18, 2010

Las cartas del Tio L.

Querida,

La mañana entró hoy lentamente por la ventana de nuestra habitación. Con el aumento de la luz fue subiendo la intensidad del tráfico ahí afuera, esas señales del ritmo de la ciudad. El silencio de esta habitación que tantos años compartimos ahora es invadida constantemente por todos esos elementos externos a los que ya no pertenezco. La casa vacía me recuerda constantemente que ya nada queda de mi tiempo en el mundo. El vacío está lleno de ti y no te lo escribo con nostalgia. Si te escribo todas estas cartas es porque yo no batallo por anclarme a esta realidad ajena, sino porque asumo que mi realidad pertenece a la tuya, donde sea que esta suceda. Que mi vida pertenece a ese tiempo perenne que es el de la memoria propia, el de los recuerdos de una existencia grata a tu lado. Yo no espero la gloria de unas puertas abriéndose, espero el encuentro contigo, yo ya sólo espero eso. Mientras la luz entra y aumenta esa intensidad de la ciudad en la que yo habito como un trozo de recuerdo vivo de otra época, voy recordando las mañanas en las que si pertenecíamos, en las que al abrir los ojos me encontraba con tus ojos y todo parecía normal y eterno. Luego los rituales diarios son cada vez más escasos. Me tomo el café sentado junto al balcón, pasan los trabajadores de un lado al otro de la acera, el tráfico intenso y enloquecido de la calle. Respiro profundamente como si en esa inhalación fuera a encontrarte y me pongo en pie. Tengo pocas tareas salvo la de ir escribiendo al otro lado, donde habita ese mundo diluido del que vengo y que poco tiene que ver con eso que veo desde el balcón. La mayor actividad se centra en la memoria. Los recuerdos pasan una y otra vez con diferentes perspectivas. La memoria es infinita y cada recuerdo puede durar millones de minutos en tu cabeza. Recordar es amoldar el tiempo a una forma incomprensible y hermosa de atemporalidad. Puedo recordar, por ejemplo, la mañana de lluvia en aquel bosque, puedo escuchar aquella frase tuya junto a aquellas piedras que dijiste que tenían las formas que tienen los sueños, puedo escucharla y repetirla mil veces mientras avanza la mañana ahí afuera, mientras ese flujo va y viene ajeno a estos recuerdos. No es ya nostalgia o una derrota. No es ni siquiera infelicidad, manteniendo esta correspondencia contigo aún sabiendo que nunca hay respuesta, soy delicadamente feliz, porque mientras escribo estas cartas que no envío (porque desconozco la dirección inexistente donde debo dirigirlas), voy viendo tu rostro, todas las formas que tuvo tu rostro a lo largo de los años que vivimos juntos. Con eso me conformo, con ir viendo tu cara tras estas frases que de algún modo espero que leas, aunque estas cartas nunca se envien porque no hay dirección donde enviarlas, porque esa dirección se recibe en el último instante y es el lugar donde espero reencontrarte y habitar definitivamente en esa agradable, entrañable y mágica invisibilidad del recuerdo de un tiempo que ya sólo existe en la memoria.

1 comentario:

illot dijo...

Qué bonito macho.

Mi lista de blogs

Afuera