domingo, marzo 28, 2010

Historia de un texto

Buenas tardes (¿tardes? ¿noches?¿días? ¿Qué hora es en un texto atemporal?) Soy el personaje de este texto que comienza. Entre otras muchas características, para mi, la primordial, es que puedo ser absolutamente variable y transformarme a cada instante, virtud que poseo por ser texto o literatura, si a esto que aquí se escribe se le puede llamar literatura. Puedo ser por ejemplo, Caballero psicodélico de campos galácticos y estar batallando en guerras lejanas y seguidamente, como ahora ocurre, ser enfermera de un hospital de pocos recursos en el medio de la selva. Eso sucede, y esa es mi principal virtud, que puedo ser una cosa y variar, si el texto lo justifica, a cualquier otra. Pensaba, por ejemplo, que podría ser el muñeco verde que indica el paso en un semáforo, que este texto podría narrar las aventuras y desasosiegos de mi vida en ese espacio cerrado pero creado sólo para mi y pasar seguidamente a ser el escritor en blanco en busca de un argumento que le obsesiona pero que no encuentra. Eso soy, aunque no siempre sea fácil, sin ser nada del todo o ser a tiempo parcial. Esto sucede, claro, porque soy personaje de literatura, en otras épocas fui personaje de cine o teatro, pero estas variaciones no se daban del mismo modo. En cine o teatro producción ponía peros, eran caras las transformaciones del personaje, destrozaban la credibilidad o la verosimilitud de la trama. Había que ser generalmente el mismo personaje de principio a fin de la trama. En literatura no. Nadie te niega nada por dinero, puedo ser uno y ser otro por simples variaciones surrealistas. Por eso me gustan las narraciones sin orden ni normas. Como personaje puedes traspasar fronteras, no ser lineal. En este texto por ejemplo son narrador, pero el que escribe puede empezar a hablar de mi en tercera persona, sin aviso. Y así sucedió, el personaje orgulloso de ser transformable dejó de narrar su vida, y traspasó determinadas barreras argumentales para ser un triste personaje atado a una biografía cruel. De repente y sin saberlo, el personaje apareció caminando en medio de un campo desolado, aquel paraje en el que apareció, le resultó extremadamente frío y apenas llevaba abrigo para cubrirse. Miró a los lados, quizá esperando cierta compasión del autor que le escribía, miro a un lado, a otro. A lo lejos el cielo espeso anunciaba nieves, sus pies descalzos y su pantalón corto le prometían una jornada durísima. De repente gritó:

.- ¿Por qúe me haces esto? ¿Acaso quieres demostrar tu poder sobre mi? Yo sólo narraba mi agradecimiento a la literatura por dejarme ser muchas cosas.

y empezó a caminar hacía un horizonte vacío. No sabía donde estaba, aquella estepa helada le atemorizaba a cada segundo un poco más y fue desapareciendo por puro capricho del autor. El autor a su vez, siguió tecleando orgulloso de su poder y de toda su capacidad para manejar el destino del personaje a su antojo, sin explicaciones. Sentado en su silla, escuchando a cada palabra el sonido de las teclas, notó de repente un tacto suave alrededor del cuello. No se detuvo, pensó en corrientes de aire, pero ese tacto era frío, casi como el del hielo. Marco un punto. Giró la cabeza. No vio a nadie. Volvió al texto y notó de repente un escozor agudo en el cuello, una gota de sangre manchó el teclado. Se asustó. Se tocó el cuello. Estaba sangrando y así lo escribió. Escuchó un último susurro que no pudo anotar. Esta frase, que fue la última que escuchó en vida la dejo anotada su asesino en este texto:

.- No menosprecies el poder del personaje. Al fin y al cabo está en sus manos el destino de tu texto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tus textos son pura falsedad. Hasta tu doblez es falsa.

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