jueves, julio 30, 2009

La Coja

La coja caminaba a ritmo sincopado. Un ritmo de cadencia extraña, pero repetitiva, un compás que se extendía, constante, en el tiempo. Nunca hablaba con nadie la coja porque no se fiaba de la gente, o eso imaginé. Pasaba de largo por la calle mirando al frente, a ese ritmo casi hipnótico, hacia algún punto invisible donde empieza el fin del pueblo, giraba en la esquina y desaparecía hasta el día siguiente. Apenas sabía nada de la vida presente de la coja, pero mucho, quizá no todo cierto, de la vida pasada, de lo acontecido, de sus desdichas. La coja era hermosa, y si cabe, mas hermosa por su cojera, no muy notable, suave. Un andar no equilibrado, no lineal pero que acentuaba algo que la elevaba, que sumaba atracción a su atracción evidente. La coja era un misterio, como un misterio era esa indudable sensualidad. Tantas veces esperé a la coja, tantas veces me senté media tarde en la acera, inmóvil, casi sin pensar o pensando nada mas que en abstracciones que se van evaporando unas detrás de otras, con la única motivación de ver pasar a la coja, su ritmo, su cadencia sincopada por la acera de enfrente sin hablar, sin mirar a nadie, envuelta en un pasado que nos habíamos inventado y que nos creíamos como cierto. Tantas veces me quedé mirándola esos segundos que van desde la esquina de San Mateo hasta el cruce con La Milagrosa donde giraba a la izquierda y se perdía, en ese compás cíclico que era su andar. Y siempre la misma nostalgia en ese instante previo a que sus piernas comenzaran el giro para desaparecer en la esquina, esa nostalgia de saber que ya, ese instante breve, se acababa hasta el día siguiente, cuando me volvería a sentar para disfrutar de ese corto privilegio de verla pasar por la acera de enfrente. Como si mi goce, mi obsesión, a su vez, mantuviera el mismo ritmo, la misma cojera que ese centro poderoso de atracción que era verla pasar, que era su misma cojera.

Jamás hablaba con La Coja, nadie lo hacía (nadie se fijaba en ella, salvo yo). Todo era ficción en ese personaje. Me inventé mil recuerdos para esa existencia de la que sólo alcanzaba a ver ese paso fugaz a media tarde. Me inventé incluso una voz. Me aprendí sus vestidos, que cambiaban cada tarde y que repetía en ciclos de diez u once días. Me aprendí sus zapatos, siempre planos, sin tacón. Construí su cuerpo desnudo, muchas veces lo hice. Basta el asomo de un trozo de piel, la curva de un hombro descubierto, la piel precisa que recorren esas piernas desiguales que los vestidos dejaban ver hasta la rodilla, un poco mas abajo de la rodilla, para que un hombre prefigure el cuerpo desnudo de una mujer. Yo me inventé esas formas que marcaban levemente esos vestidos. Me las inventé una y mil veces.

Me emborraché muchas veces, muchas, y caminaba solo por el pueblo. Susurrando con voz baja su nombre, que sonaba como un eco imposible en la noche:"La Coja", me decía a mi mismo. "La Coja". Solo la pronunciación de la palabra me evocaba un olor, la cadencia imposible de su andar. Y solo anoche, fue así, que la vi al final de Ponzela, de espaldas, frente al parque donde nunca hay nadie. Acababa de pronunciar la palabra, mirando primero al cielo, luego al frente: "La Coja", cuando reconocí la parte posterior de su cuerpo. Estaba inmóvil, mirando algo que no se podía saber que era. Me acerqué, me puse a su lado y saludé con voz casi inaudible. No contestó. Giré la cabeza. Nunca había tenido tan cerca su perfil, la forma precisa de su cara marcada por la luz nocturna que hacia imprecisos y confusos sus rasgos. No habló, no pude llegar a escuchar la voz que tantas veces me había imaginado. Comprendí, eso si, que la coja no era coja, era una invención, mi propia fantasía. Su cojera no era mas que la marca de una ficción incompleta, una ficción poderosa que no lograba hacer realidad, que no lograba completar. Su cojera era mi incapacidad para completar del todo esa invención. La coja no existía, si era coja no era mas que porque mi obsesión era inmensa, pero no lo suficiente, como para hacerla real, cierta. Se giró, se fue caminando a ritmo sincopado mientras, ayudada por la noche, por la luz, iba deshaciéndose entre las calles del pueblo. Nunca mas la volví a ver.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que lindo blog!!!!! Que emoción! Todo cambia, y esto viene en perfecta sincronía con mi vida justo ahora.

Felicidades, gracias por regalarnos esta linda sorpresa.

CL

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