lunes, julio 20, 2009

Dos desconocidos como otros cualquiera

Cruzaron la frontera, avanzaron por la carretera atravesando los primeros kilómetros, por ese lado, de Francia. Atrás quedaban los días en Alemania. Buscó letreros con los ojos, le apetecía la idea de sentirse en Francia, leer poblaciones en esos carteles con nombres que le trasladaran definitivamente al concepto Francia. Definitivamente Alemania quedaba atrás. Definitivamente Francia se abría ante ella o bajo ella, Francia se dejaba atravesar por el coche en el que iba, acompañada por un tipo que había conocido en Berlín y que escribía en los hostales donde dormían, después de hacer el amor. El tipo no hablaba mientras conducía, dejaba la vista enterrada en el asfalto, hablaba mediocremente el alemán y confesaba no entender el francés. Escribía, eso decía, relatos cuya estructura navegaba desacompasádamente por un terreno inestable. No creía en la literatura publicada, pero vivía de escribir críticas para un revista pretenciosa sobre literatura, pintura y música. Ella, que había leído varios relatos en esas habitaciones de hostales amables, pensaba que era no tanto mal escritor, que también, sino aburrido y, lo que para ella era aún peor, exagerado. Sin embargo era amable y a pesar de un snobismo soportable, era un tipo extrañamente dulce. Sabía que esa relación duraría hasta Burdeos que era donde acababa el viaje de ella y no se complicó las cosas con sinceridades, cada noche al leer algún relato le hacia una crítica, siempre favorable y le besaba en la frente. A ella le gustaba su acento mexicano, que aunque ella no lo era, le hacia sentirse como en casa: "Los latinoamericanos somos igualitos" le dijo la noche que le conoció en Berlín, el refutó indignado pero aquel dialogo los llevó a la cama y de la cama a ese viaje a Francia, donde ella, con o sin el, tenía pensado viajar.

Ahora atravesaban Francia, el primer trozo de Francia por ese lado. "Lo irreal es esto" pensó ella al ver la carretera, el asfalto de la carretera, las líneas blancas en el asfalto de la carretera, las gasolineras a los lados. "Francia no es real. Si hubiera soñado esta carretera cualquier noche en Bogotá, hubiera pensando que una carretera así no existe". El conducía encerrado. Sonaba música que a ella le gustaba y que el consideraba "melodía gratuita sin fondo de armario. Demasiado dirigida a la épica cotidiana". No hablaron hasta pasado un buen rato. El quería tomar algo y se pararon en un lugar agradable. Ella bebió una cerveza, el bebió un refresco. Volvieron al coche, siguieron avanzando. Esa noche duermen en Besançon, en un hostal del que ella olvida anotar el nombre en su diario. El escribe un relato corto sobre dos marcianos que aterrizan en el DF y que se enamoran del sabor de los tacos. El relato termina con los marcianos borrachísimos y secuestrados por la noche por un taxista que se cruza con ellos en la calle Rio Sena. Ella lo lee, le felicita y le da un beso en la frente. Esa noche, desde que se conocen, es la primera que no hacen el amor. Al despertar ella sale a dar un paseo, desayuna y vuelve, abre la puerta y le encuentra masturbándose. A ella le da por reir, a el le da por llorar. Ella se acerca y le abraza, le dice que no importa con un sonrisa que ella pretende que sea dulce pero que a él le parece obsesivamente cruel. El confiesa que por algún motivo invisible siempre ha expresado el pudor con lagrimas, ese llanto que ella ahora ve y que es un desconsuelo extremo y poco necesario. Ella trata, para amortiguar el pudor, de continuar con el trabajo manual que ha interrumpido, pero el se niega con un nuevo llanto. Ella se ducha, el se ducha. Bajan al coche, arrancan. Ella habla en carretera mas que nunca, el se queda, si cabe, mas callado que anteriormente. Llegan a Lyon. Hasta la noche el apenas habla. Se sientan en una terraza a tomar una cerveza y dice que está jodidamente atormentado, ella le dice que le parece exagerado. Beben mas cerveza. Ella se entera que él tiene un hijo que vive en Morelia. Beben mas cerveza, ella habla de Berlín, el habla de literatura underground, ella habla de su amiga Isabel, el habla del Blaxplotation, el se pone cariñoso, ella se pone distante. Van al hostal, hacen el amor "El peor polvo de mi vida" piensa ella. El escribe un relato autobiográfico en el que, por supuesto, narra la mañana en Besançon en el que fue descubierto masturbándose por la chica Colombiana que había conocido en Berlín. Ella lo lee, le mira y le dice que ese relato es una mierda, pero se lo dice con dulzura, se queda callada diez segundos, y le dice: "pero si cabe, es el mejor de tus relatos". El se queda callado y se pone en pie, deambula por la habitación como león encerrado. Ella le mira y le dice que tiene que entender que no sirve para escribir. El coge su mochila y se larga. Ella duerme y por la mañana, cuando despierta se levanta y se ducha. Piensa en él. Baja, paga, arranca el coche y se va de Lyon. Esa tarde llega a Burdeos, donde termina su viaje

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que horror, yo tampoco hubiera aguantado una situación así por más tiempo, especialmente un mal polvo...amor con hambre no dura!


CL

Anónimo dijo...

miremos donde miremos, sigues sin saber construir una historia.

Mi lista de blogs

Afuera