jueves, marzo 13, 2008

Historia triste

El padre es un hombre callado, melancólico y ausente. Se quedó viudo hace 12 años cuando el hijo pequeño acababa de nacer y desde entonces es un hombre sumido en la tristeza, en una tristeza extraña, profunda pero delicada, presente pero invisible, como un cúmulo de algo que aceptamos como permanente, que ya ni percatamos, una presencia invisible. Los dos niños, por extraño que parezca tienen acento venezolano sin haber nacido, ni vivido nunca en Venezuela. Los dos son buenos chicos, silenciosos, ausentes y aislados. Viven los tres en aislamiento o alejamiento desde la muerte de la madre. Son los tres islas de un archipiélago en medio del océano Atlántico. Viven rodeados de algo parecido al mar adentro, rodeados de viento y corrientes invisibles a los ojos. Son la pena, la pena dividida en esas tres islas, islas por otro lado indescifrables. El padre, sin embargo, conoce a una mujer. Una mujer, evidentemente, muy alegre, pero una alegría algo delirada o distinta. Su risa es larga, exageradamente larga, crece como culebra y variando en esa prolongación, desde un volumen alto hasta un decaimiento que casi se confunde con el lamento, con la lágrima. Ríe y dura mucho su risa pero tanto se extiende y tanto va cayendo el tono que es difícil, al final, saber si ríe o llora, si la anécdota contada le ha parecido extremadamente graciosa o terriblemente triste. La mujer quiere mucho a los chicos, casi como una amiga, posiblemente su única amiga y ama profundamente al hombre y su risa aporta una especie de verano inesperado en el archipiélago, un verano de vientos pero verano al fin y al cabo. La mujer decide, entonces, hacer un viaje, hacer un viaje gigante y largo a Venezuela. ASí los chicos sabrán o entenderán que su acento no es extraño. Y así sucede nada mas llegar. Los chicos descubren que su acento finalmente no viene de una galaxia lejana o inexistente, sino que su acento es venezolano y eso les hace sonreír o gesticular de manera parecida a una sonrisa. El tercer día de viaje la mujer, el padre y el pequeño salen en un escarabajo por Caracas, el mayor se queda en el hotel leyendo un comic húngaro y viendo la montaña que gobierna la ciudad, incluso masturbándose viendo la montaña que se llama "El Ávila", porque le parece una mujer, una mujer verde y de exageradas curvas y ese exceso y ese color le excitan. Mientras en el escarabajo van oyendo una emisora en la que suena una canción de un merenguero que se llama Roberto Antonio y la mujer dice que le gustaría bailar merengue y el padre y el hijo no hablan, van mirando la Avenida Francisco Miranda, viendo la valla del Parque del Este . El día es soleado y el chico mira desde el escarabajo un Pizza Hut y todo le parece extraño pero como si de algún modo ya hubiera estado ahí. En Dos Caminos se estrellan contra un autobús o carrito por puesto que hace la línea Silencio- Petare, y justo antes de salir del Escarabajo el padre sabe o intuye que su hijo a muerto. Baja y ve el suelo lleno de cristales y un montón de gente que baja del Carrito por puesto y la gente grita y el ve la cara de su hijo pegada a un trozo de cristal y el gesto inmóvil, los ojos entrecerrados y el labio partido, la mujer está viva pero quieta como si se hubiera congelado y el hombre ve venir desde el Ávila, como una masa invisible o una luz que nadie ve todo el dolor, todo el dolor del mundo. Sabe que ahora las horas, los meses y los años que vendrán quedarán marcados por ese instante, lo sabe y lo asume. La gente del bus le toca la cara, le habla pero el solo se queda viendo esa masa gigante que desciende por El Ávila y mira de nuevo a su hijo y recuerda, ahora ye es recuerdo, que su acento incomprensiblemente era como el de la gente que ahora le habla y el no escucha. Entonces se mira las manos y ve un océano, un mar entero y gigante entre las palmas de sus manos y se lleva las manos a la cara y nota el agua y las vuelve a mirar, ve las olas y las mareas, ve gaviotas y percibe el viento e incomprensiblemente levanta la vista para ver la masa de dolor y descubre que El Ávila ya no está, que se lo ha tragado la tierra.

2 comentarios:

Guy Monod dijo...

Henry S., maestro de lo perturbador.

.Guy

Anónimo dijo...

Tela.

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