martes, febrero 06, 2007

Paisajes

Desperté y salí. En la calle sentí la primera y siempre reconfortante primera bocanda de aire fresco. Seguí. En la calle me fuí cruzando con uno con otros, con el exagerado e inabarcable mundo de los desconocidos. Una señora cruzaba la acera, un coche traspasaba la calle. El sol iluminaba potente las primeras horas de la mañana y la gente de un lado para otro existía. Subí a un autobus, saludé al conductor, me senté y me pusé una canción. Afuera la calle comenzaba a cambiar constante. Esquinas y rincones de la ciudad, gente que cruza, que camina, que conduce, que corre o que mira sentada en un banco. Un bar, un taller, una tienda de flores, otro bar, una libreria una inmobiliaria. Cada uno de los detalles que hacen el micromundo de la ciudad.

El autobus cruzó la ciudad y salió a la carretera. Media mañana, la planicie inundada por el sol, los arboles y su eterna quietud, las hierbas que se agitan con el paso de un viento fugaz. La carretera y el hermoso juego de mirar las lineas. Cruzar paisajes, terrenos, atravesar la primera ciudad, seguir avanzando, la formación de las montañas, el delicado movimiento de las nubes, el imparable movimiento de la luz del sol. Arriba, levantando la vista las primeras nieves, otra nube que cubre como detalle artistico aquel pico elevado. Avanza el autobus y la imperceptible y emocionante variación del paisaje. De repente el rio, un puente sobre el rio, un montón de pájaros de rama en rama, la suposición de un montón de insectos existiendo y el vaiven de unos peces que circularan ajenos a todo por ahí, entre corrientes.

Siguió el autobus y se abrió la imensidad de un paisaje que no se cierra. Deleitarse es sencillo. No quisé que parara nunca el autobus. No quise dejar de ver nunca esos cambios, esas variaciones del paisaje y volví, inevitablemente, a pensar en el cambio climático

http://youtube.com/watch?v=qWoMq46g0XU

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