jueves, noviembre 10, 2011

Los recuerdos de Julio

 No es extraño que vinieran imágenes difusas de unas rocas superpuestas, formas orgánicas que no logro descifrar. A veces son olas, unas olas que amenazan, que aterran, que angustian. Son olas que vienen hacia a mi y en el momento menos preciso se desvanecen; pero son olas que en su crecida, en esa prolongada formación, amenazan con no romper jamás y llevárselo todo por delante. Las olas son algo más precisas, las otras imágenes no. Una especie de laberinto arquitectónico, piedras talladas que emulan piedras no talladas que parecen una costa, edificios que se meten en el mar o que salen del mar y crecen en las orillas. Todas esas imágenes venían en los momentos menos esperados. En mitad de una clase de matemáticas o en el trayecto en bus del colegio hasta mi casa. Las imagenes de esas olas también vinieron, claro, en el primer beso a S y confundí aquel beso, aquel primer beso con mares, con océanos y sus mareas.  También se crece con eso, con esas imágenes escondidas, incrustadas de un pasado remoto que da la sensación de no pertenecer a nadie. A veces creía que eran imágenes de mis primeros sueños en vida, a veces fantaseaba con que eran recuerdos trasmitidos a través de la genética, a veces, delirado, sospechaba que esas imágenes me habían sido introducidas por una tribu de habitantes de un planeta invisible. El caso es que el tiempo, lo que es absolutamente irrefutable, fue pasando y por pura lógica, fui creciendo. Crecí. Aquellas imágenes estaban insertadas de un modo regular en mi vida diaria. Trabajando veía las formas rocosas y casi orgánicas, veía las olas. Olas y rocas. El asunto se resolvió de un modo sencillo la noche en que mi madre murió en mi casa biológica. Los recuerdos de mis tías, las frases de mi padre, la memoria colectiva describió unas vacaciones en mi primer año de vida. La playa lejana, la marea descrita, el edificio a pie de playa donde pasamos aquel verano coincidían con las imágenes que, entonces supe, simplemente recordaba.


1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Que privilegio es leerte!

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