miércoles, noviembre 23, 2011

Encontrado

 Se llega en barca. Una de estas barcas que avanzan lento, con motor antiguo y ruidoso. Anunciando que después uno se puede encontrar con algo que luego no es. El ruido de ese motor será lo último bullicioso que suceda en el viaje. Al bajar de la barca y despedirte del hombre pausado que te ha traído hasta ahí, algo te hace intuir que las tierras lejanas existen y que acabas de entrar en una. Hay un camino muy vegetado que te lleva por entre una montaña de la que eres incapaz de distinguir perfiles. Tratas de adivinar algunas plantas que ves por el camino. Cada rato te sobrecoge el sonido de aves. Hay un momento que dudas de tu ubicación, pero sigues adelante. La ropa que llevas no te pertenece y cuando miras hacia tus pies te parece el cuerpo de otro. Sudas, pero no es un sudor violento, es una capa de humedad sobre tu piel, sudor invisible. Tienes sed pero aguantas sin beber porque no sabes cuanto camino queda. Tienes pocas referencias. La sensación de desorientación y de duda te atrae y la rechazas a partes iguales. No obstante sigues adelante. El camino, sin duda, te parece el mejor viaje de tu vida. Casi dos horas después llegas, finalmente, a la playa que buscabas. El lugar te sobrecoge. LA colocación natural de las cosas te conmueven. Es el primer paisaje que te lleva a un terreno tan emocional en tu vida, puesto que mirándolo tienes ganas de llorar. Te quitas los pantalones de tela fina y los zapatos duros. Te quitas la camisa y caminas hasta el agua. Te metes lentamente. Te sumerges y buceas con los ojos abiertos, bajo el agua todo parece cobrar un sentido nuevo. Piensas en que la música es una ordenación distinta y novedosa del tiempo. La metáfora absoluta de la fugacidad y la inexistencia del pasado. Emerges y braceas. Miras al horizonte. El mar se tambalea y respira. Nadas a la orilla. Sales y miras a los lados. Corres. Estás a salvo y lo sabes. Sonríes.

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