jueves, noviembre 03, 2011

El valle

 A las siete y media solemos salir a la terraza. Desde allí se contempla el valle. Los camareros colocan mesas y alguien pone música. Son melodías remotas que recuerdo de la infancia, canciones que cantaba mi abuela. No hay mucho ruido. Algunos charlan entre sí, otros nos quedamos callados mirando la vista que por más que la veamos todos los días, constantemente, no deja de imponerse como una forma silenciosa de espectáculo. Va anocheciendo y se va oscureciendo todo lo que se ve. Aparecen en la lejanía las primeras luces en los pueblos lejanos, esparcidos por el valle. Sacan algo de comida, pero siempre sobra, en general todo el mundo está cansado del sabor monótono de la comida de aquí. Los cocineros se esfuerzan, hay que reconocerlo, pero es inevitable un sabor constante y subterraneo en todo lo que comemos.  Cuando cae la noche del todo, los camareros van recogiendo y nosotros, escalonadamente, vamos retirándonos a las habitaciones. Mi habitación es amplia, es donde más me gusta estar. Saco los cuadernos de Loria, los he ido leyendo todos estos años, algunos los he releído varias veces. Me voy deteniendo en la lectura. Me gusta ver su letra, leer cada uno de los días de su vida. Cosas que me contó al conocernos, cosas que fui viviendo a su lado, cosas que desconocía. Me desconcierta leer narraciones sobre cosas que hicimos, es como recordar en el otro, también es raro leerme. Leer lo escrito sobre mi. Paso horas así, releyendo su vida. Me da la madrugada. Antes de apagar, me asomo a la ventana, está todo a oscuras. El valle es la tiniebla interrumpida por pequeñas luces esparcidas que son casas lejanas, poblaciones en el valle. Luego apago y me tumbo. Sueño muchas cosas, generalmente las olvido. Otrasvecesrecuerdo: sueño continuaciones del día, sueño cosas incomprensibles, sueño con que ya no soy yo, sueño con Loria, sueño con el tiempo, con formas distintas del tiempo, con que volvemos atrás y recuperamos esa imaginaria perpetuidad que creímos constante, sueño con manos, sueño con otros cuerpos, sueño con melodías, sueño con animales, sueño que soy lobo o león o pájaro, sueño luces y gente que aparece, sueño con el valle. Despierto pronto, cuando la primera luz tenue entra por la ventana. Me asomo, el valle sigue ahí, extendiéndose indescifrable. Bajo al comedor, me siento siempre en la misma mesa, me tomo el desayuno con sosiego, es el rato más agradable del día: hay una forma de esperanza renacida. Al terminar paseo por la montaña, hay caminos cerca que son preciosos. Alcanzo una piedra donde desde hace años con otra piedra, tallo el nombre Loria: despacio, sin prisa, en una esquina en la que apenas se aprecia. Es un juego, algo casi infantil, pero la tarea diaria me anima. Luego me siento y recuerdo las lecturas de los cuadernos de Loria. Luego, antes de bajar, miro el valle.

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