martes, enero 03, 2012

Fiestas inolvidables.

  Hay fiestas inolvidables. Fiestas que se incrustan en tu memoria, en tu biografía, en tu manera de sentir porque aquella noche, en cierta manera, cambió todo. Se abrió una puerta o se cayeron muros o barandillas o rejas. Acababa de empezar el año, un año que se anunciaba catastrófico para los previsores de la economía, esa ciencia bruja. Un año que se abría como un vértigo en mi propia vida. Salí de casa después de abrazar a mi familia y desearles un buen año. Quería evitar los atascos con los que se entra en el año en la ciudad. Llegué pronto al metro, donde había quedado con J para subir a la fiesta a la que le habían invitado y en la que yo no conocía a casi nadie. Llegamos a un portal antiguo, cogimos el ascensor viejo, de doble puerta y de los que ascienden a ritmo de película de terror. "Es en el último piso" me comentó J." Tienen una terraza gigante. Una terraza memorable" Hacia una noche con una temperatura así que visualicé la terraza abierta, con tránsito, aprovechada para la fiesta. Cuando llegamos arriba, la puerta estaba abierta y se oía música y bullicio, no éramos los primeros en llegar. Cruzamos la puerta y seguí a J por el largo pasillo. La casa estaba decorada con unas luces que le daban un aire de película espacial o de apartamento de un era que aún está por venir. Al final del pasillo empezamos a encontrar gente, J saludó y me presentó a algunos. Al final salimos a la terraza donde le dimos el feliz año al dueño, me presenté y saqué de la bolsa mi aportación alcohólica:

.- Ponla por allí, en aquella mesa.

 Caminé hasta la mesa de la terraza donde una hilera desbordante de bebidas anunciaban una noche prolongada, gigante, desorbitada. Puse la botella y me serví un ron con hielo. Me apoyé en la barandilla y me encendí un cigarillo. Vi la ciudad extendida, casi como una metáfora del año que se abría. El tráfico era intenso abajo, coches buscando celebrar esa metáfora del tiempo, esa invisible vuelta de ciclo. Un gigante y extraño acuerdo mundial de comenzar, de nuevo, la vuelta. La ciudad parecía sobrevolar la noche, los puntos de luces se perdían. El universo y las reglas, la vuelta, el ciclo. En ese momento la descubrí a mi lado. Sospeché, pensando lo mismo que yo. El golpe siempre es de primeras, sin transición, me pareció potentemente atractiva:

.- Qué bonita vista- dije

.- Es preciosa. Parece que se abre. Como si nada se fuera a acabar.

 Miré con cautela su ropa, sus manos apoyadas en la barandilla.

.- Igual nada se acaba nunca. A lo mejor todo está empezando todo el rato- y sentí un vacío absoluto, un golpe de ridículo por haberme dejado llevar por ese vicio de la ñoñez y de la falsa poesía.

 Sin embargo ella sonrió y dijo que a ella le gustaba el principio de año porque no podía evitar sentir una forma amable de esperanza, de oportunidad, de revancha. Que con el año nuevo sentía que había la posibilidad de redimirse. En ese instante me separé unos centímetros de la barandilla, giré a mirar a través del cristal el interior de la casa. No sé porque lo hice. Me giré sin buscar nada concreto. Quizá por buscar alguna frase que encadenar con lo que ella decía. Escuché un sonido metálico, extraño, en décimas de segundo giré la cabeza y vi la barandilla desmoronándose al vacío, ella se iba con la barandilla. No sentí nada. No me dio tiempo a sentir nada. Vi la terraza abierta, sin ese freno visual de la barandilla, vi el vacío y sus pies desapareciendo hacia abajo. Se que se me ocurrió un chiste con muchísimo humor negro que jamás he vuelto a recordar. Sé que giré y vi caras y vi la ciudad y el año abriéndose como una raja por toda la ciudad. Supe, claro, que esa fiesta sería inolvidable.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ay por favor he soltado la carcajada! Eres genial.

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