miércoles, enero 04, 2012

Extraños en El Viso

 Se citan en esa esquina de El Viso. Fuman y esperan a uno de ellos que viene en coche. Se montan y se quedan durante mucho rato metidos. La calefacción empaña los cristales. Al rato, siempre sale alguno y se apoya en un árbol a mear. Vuelve a entrar. De vez en cuando se puede ver el humo, la llama de los cigarrillos deambulando por el interior del coche. Hay una chica, lleva el pelo suelto y está siempre callada. Uno de ellos se pone de copiloto, visto desde fuera, sin escuchar sus voces, se diría que es el director del extraño grupo. Cuando pasa una hora o algo más, hora y media. Arrancan y desaparecen. Jamás vuelven a esa esquina. Aunque una vez, al rato, les vi en una de las calles más cercanas a Joaquín Costa. . Seguían los mismos, parados. Estaban delante de la puerta trasera de un restaurante vasco. Salió uno de los cocineros y los cinco miraron al unísono. El cocinero no se percató, hizo algo que no descifré y volvió a entrar. Al rato, quizá quince o veinte minutos después, arrancaron y se fueron. Desde entonces sospecho que se citan en la esquina y van recorriendo El Viso durante toda la noche. Generalmente no se acuden los fines de semana, aunque alguno sí. Estoy tratando de descifrar, también en esto, si hay una frecuencia. Si los fines de semana se repiten con una periocidad programada o si, por el contrario, es aleatoria. Desde hace dos semanas la chica ha faltado a alguna de las convocatorias o reuniones. Desde entonces me planteo buscar un coche o una moto y realizar la indagación hasta el final. Seguirles toda la noche.

 Los descubrí por azar. El  Viso, aunque lejos de casa, es una excelente zona para pasar corriendo. Me gusta correr por la noche, tarde. Cuando la ciudad está más sosegada. Avanzo los kilómetros concentrado, sin prestar atención más que a un ritmo invisible que trasmite la ciudad a partir de determinadas horas. Me gusta ver a esos peatones que parecen desubicados, perdidos, pasar a mi lado. Van, generalmente, mirando al suelo. Al final, en Serrano, casi al final de Serrano y giro y me meto en El Viso. Está todo tan vacío, tan callado, tan ausente. El Viso no parece Madrid, y en cierta forma no es Madrid. No lo conocía hasta que empecé a visitarlo de noche, en esas carreras silenciosas. Repetía el circuito todas las noches, atravesaba El Viso, por calles al azar, en cada carrera. Hasta una noche en que me di cuenta que en esa esquina siempre les veía. Un detalle constante que una noche me llamó la atención: ¿Que hacen esos tipos siempre metidos en el coche, en la misma esquina? Un día paré y miré. A partir de entonces la observación fue en aumento. La intriga, la duda, la curiosidad no se frenó. Cada leve descubrimiento encerraba aún más a esos muchachos en una caja de misterio.


 El chico que conduce y que llega, siempre, en el coche. Ha usado tres autos distintos. Cada vez son más caros. Los otros dos que se sientan atrás, junto a la chica, actuan de un modo similar, como si en cierta forma fueran gemelos de comportamiento. No logró terminar de identificarlos.Todos fuman. Beben de vez en cuando, generalmente en las noches más próximas al fin de semana. A veces el copiloto tiene un libro entre las manos que lee en voz alta, todos le miran o escuchan o hacen que escuchan. He querido acercarme alguna vez para tratar de escuchar las conversaciones, pero no logro identificar más que un murmullo, acercarme más supondría jugar en terreno peligroso. No debo arriesgar. Ser descubierto supondría el fin del ciclo, me negaría de tajo, la posibilidad de descubrir su enquistadísimo universo. Lo que si he decidido, definitivamente es traer un coche y seguirles. Debo ampliar el campo de acción, descubrir más movimientos, más rutinas, más ciclos.

 He logrado aparcar muy cerca. Me he sentado en la parte de atrás del coche. Desde aquí el campo de visión es privilegiado, puedo ocultarme con enorme facilidad tras los asientos. Si soy cuidadoso, es imposible ser visto. Acaban de llegar. La chica ha sido, curiosamente, la primera en llegar hoy. Se ha sentado en la acera, al píe de una farola. Tenía un libro entre las manos, no he logrado leer el título. Luego han llegado los gemelos de comportamiento, luego el lider y, como siempre, por último, el conductor. Han entrado, han encendido cigarros. El lider ha hecho circular algo diminuto, inapreciable desde aquí, entre las manos de todos. El conductor es el único que no ha tenido en sus manos el objeto. Ha pasado una mujer mayor, extranjera, por la acera. Todos la han seguido con la mirada. El conductor ha mirado por el retrovisor y me he agachado. No me ha visto. Sé que no me ven. La chica ha salido, ha estado hablando por teléfono. He aprovechado para identificarla mejor. Nunca la había visto tan cerca. Me ha parecido más joven. Se ha vuelto a montar. Los gemelos la han mirado. Han arrancado el coche. He seguido a una distancia prudente. Han bajado muy despacio hasta Balbina Valverde y han girado en Joaquín Costa. Han frenado el coche en el carril bus, el lider ha salido y ha cruzado debajo del elevado. Allí le ha dado algo a un vagabundo y ha vuelto al coche. Han arrancado. Han bajado por la Castellana hasta Gregorio Marañón. Han girado y han subido por Vitruvio para alcanzar Maestro Ripoli.  Se han parado. He seguido un poco para disimular. Unos metros más adelante me he parado desde donde podía observarles por el retrovisor. La chica ha salido del coche. Ha caminado por la acera. Se ha parado en mi ventanilla y ha tocado con los nudillos. He bajado la ventanilla y he saludado con incertidumbre. Ella no me ha dicho nada. Ha metido la mano y ha abierto la puerta:

.- Arranque el coche por favor y siga adelante.

 No he tenido valor de negarme. He sido descubierto.


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