martes, enero 17, 2012

La procesión descomunal

 Cerca de un millón de personas andando concentradas. La fe en su máximo esplendor. Vendedores ambulantes, conversaciones vaporosas y un calor del demonio. En medio camina V. Cada poco levanta la vista hacia la luz, como si en el destello solar de ese mediodía abrasador  pudiera encontrar algún motivo concreto para saber porque está ahí. Observa a los creyentes caminando con fervor. Busca entre las caras. Caras que pasan una detrás de otra, sumándose, sin demasiada nitidez. Busca caras entre las caras. Para V ese es el único motivo. Su fe, su única fe es encontrar alguna cara. Mira de vez en cuando a grupos de chicas pasar. Piensa en la posibilidad de ofrecer otra fe a alguna de las chicas de esos grupos, una fe basada en lo carnal, en el desenfreno. Salirse de esas avenidas atestadas de humanos y correr hacia esas calles de la ciudad que hoy estarán vacías. V se imagina las otras calles, la calle de su casa, las calles cercanas vacías; la ciudad, al otro lado de esta fe desmedida, está vacía. Todo el mundo se ha sumado como un bloque, cabalga detrás de su fe, amontonados. V piensa en esas chicas ligeras, que caminan con la ropa suelta porque hace calor y busca una cara y piensa en perderse por las calles vacías con una de ellas. Hay una cara en mitad de todo eso que es el único motivo cierto por el que permanece ahí. Camina bajo la cadencia marcada por esa masa que camina a ritmo de fe, levantando la vista y mirando a las caras. Un millón y pico de caras. De ve en cuando, en el amontonamiento de caras, V se encuentra con caras conocidas, saluda y sigue. En el fondo, lo que desconcierta a V es la cantidad de fe, la suma total de fe que hay en esa avenida, en toda la ciudad, en ese día preciso. Pero en ese momento V no está para debates, para procesos mentales. V busca la cara. Lejos de sentir cercanía, V camina entre el gentío, como el que camina sobre suelo movedizo, sobre un camino en mitad de otra región. Lejos de sentir el agobio de la masa, V se mantiene ajeno, Visto desde arriba, V está ahí, en la fotografía cenital no se le vería, sino que sería una cabeza y pelo en una suma mareante y casi hipnótica de cabezas y pelo, pero V no está ahí. Le gusta estar ahí por la posibilidad remota de cruzarse con esa cara que busca y que le hará sentirse, paradójicamente, menos solo, pero V ahí siente que no está en su ciudad, que no está en compañía, que ni siquiera está en el presente. V lleva un tiempo con ganas de mandarlo todo al cuerno y esa masa le recuerda que debería ser así. Que debería salir corriendo por las calles vacías, donde hoy no hay nadie y olvidarse de las caras, de todas las caras, de todos los rostros de la fe.

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