lunes, julio 05, 2010

Sombra

También somos nuestra sombra. La sentencia no es pretenciosa o un amago de poesía. Es real, como nuestra sombra, como nuestra proyección. Yo viví pocos meses en aquella habitación estrecha, de poca luz y que daba aquel patio húmedo al que daban otras ventanas, otras habitaciones, otras sombras. Recuerdo la noche que la vi por primera vez, yo había llegado poco antes a mi habitación y fumaba por la ventana, entonces enfrente, un piso por encima se encendió la luz y se proyectó una sombra sobredimensionada, de tamaño casi gigante pero no proporcionado con lo real. Deambulaba aquella sombra por paredes inaccesibles, se giraba, aparecía, crecía, decrecía y se esfumaba por la esquina de una pared que no alcanzaba a ver completa. Aquella primera noche algo me atrajo pero no fue más que el principio. Vinieron más noches hasta convertirse en acto. Esperaba atento a que aquella luz iluminara el patio y apareciera aquella sombra que fui conociendo, que fui trasladando y traduciendo a una imagen que me fui prefigurando. Aquellos hombros que sostenían una cabeza redonda, de cabello largo. Aquella sombra que iba y venía y que jugueteaba por la pared sin aparente sentido. Aquella sombra que se desvestía y formaba unas curvaturas excitantes en el pecho. Negro sobre blanco: Sombra, perfil, sobre aquella pared iluminada con bombillas de baja intensidad. Noche tras noche fumando en el patio esperando aquella sombra que al final se desvestía y terminaba completando unos contornos que me fui aprendiendo de memoria. No había mas que el contraste extremo, contornos y relleno sin detalle salvo las curvas y líneas que rellenaba mi imaginación con esmerada y deliciosa precisión. Su sombra, ella para mi era su sombra. Ella era una sombra, nada más que la sombra. Noche tras noche esperando la aparición, la sombra del deseo, porque llegué a desear aquellos contornos precisos, honestos, reales. Noche tras noche la sombra que se quita la ropa y que tatúa una figura deseable en la pared. Luego llegaba la mañana, la hora en que las sombras son menores o se ocultan y todo sucede en horarios y oficinas y las sombras no se ven, las escondemos no se sabe muy bien donde, pero al final llegaba la noche y se encendían las luces, las bombillas, las lámparas de las mesillas de noche y aparecen las sombras íntimas, las que nadie conoce, las que nadie ve en otra pared más que la pared y ella aparecía. Por las mañanas busqué caras, cuerpos en la calle, a la salida del portal ¿Que otra figura correspondía con aquella figura, con aquel contorno? Pero ninguna correspondía. Ninguna era tan precisa, tan hermosa como su sombra, aquella sombra hermosa. Tantas noches miré, tantas noches bailaba aquella sombra en aquella habitación del patio y jamás correspondía ninguna figura con la que me cruzaba de día con aquella sombra que se proyectaba en la habitación del piso de arriba en el patio por las noches. Algunas veces deseé ser jirafa, estirar mi cuello por el patio y poder ver aquel cuerpo que generaba aquella sombra. Así hasta que encontré la solución: coloqué minuciosamente una lámpara para proyectar mi sombra hacia arriba y tratar de entremezclar aquella sombra enigmática con mi sombra y así fue. La lámpara la puse en el suelo y alargó mi sombra hacía el piso de arriba, giré varias veces hasta ubicarla donde se colaba torpemente en aquella pared inaccesible y entonces como cada noche apareció la sombra y mi sombra miraba y esperaba y como tantas noches la sombra se fue desvistiendo y marcando precisa al lado de la mía y ahí nos fuimos entremezclando haciendo una sola sombra grande, imprecisa variable, que se volvía mil formas: Las dos sombras se volvieron una pero mil sombras. Por eso también somos nuestra sombra, claro que lo somos.

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