lunes, julio 12, 2010

Andrés

Recordé partidos de patio de colegio. Recordé equipaciones de equipos de chapas hechos a mano. Recordé un gol que marqué delante de una de mis primeras novias. Recordé alinaciones que aprendí de memoria, jugadores que admiré y se diluyeron con todo, con el tiempo, con el recuerdo vano de la gloria de una olvidable jugada en la banda. Recordé selecciones italianas. Recordé partidos a media tarde que viví como si me fuera la vida en ello. Recordé un gol que hice desde el medio campo, con fortuna, porque el fútbol se mueve en ese terreno, en el de la fortuna, en el del indescifrable azar y en el talento artístico de un osado que regatea a siete ingleses. Recordé disparos al palo, penaltys no pitados, jugadores que yo hubiera convocado. Alineaciones que inventé. Recordé mi primera tarde en un estadio. Una canción brasileña. Mundiales en cuartos. Recordé otras cosas. Esa frivolidad y dramatismo que encierra un partido de futbol. Por supuesto que pensé que el futbol es raro, inexplicable, un juego, pero explosivo, tenso, cinematográfico. Todo eso y algo más salió mientras Iniesta, mi jugador favorito, marcó el gol más hermoso que vi y veré el resto de mi vida. Gracias Andrés. Durante doce segundos conocí el extasis.

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