jueves, julio 15, 2010

No fin

No engañemos, esta historia no tendrá final feliz. No será un final triste, pero no terminará donde apetecería por los acontecimientos ocurridos. Realmente esta historia no tendrá un final, si lo tendrá físicamente. Habrá un momento donde la historia escrita, en texto, no continúe, pero su trama, su evolución seguirá, avanzará hacía ese limbo de las cosas sin resolver, de las cosas que se quedan, las historias que continúan de otro modo. Esta historia por lo tanto acaparará un trozo breve de un encuentro, será una sinopsis, porque todas las historias, por esencia son una sinopsis. La historia arranca en una calle cualquiera de una ciudad cualquiera, con tráfico, con gente que va de un lado a otro. En los edificios hay gente trabajando, reuniones, conversaciones, gente que ve a media tarde la televisión, señores que despiertan de la siesta, niños que juegan con un conejo blanco, parejas que hacen el amor, alguien que escribe algo que jamás será leído, un tipo que avanza en un proyecto ilusionante, gente que abre la puerta de casa, gente que sale y la cierra, alguien que mira el reloj, gente que lee un libro del que olvidará la mayoría de su contenido, dos chicas que hablan de un futuro hipotético, fumadores aplastando su cigarro contra un cenicero repleto de cenizas. Estamos en una calle cualquiera y una chica detiene un taxi. En ese instante, en el instante exacto en el que se sienta y dice la dirección de destino, piensa que de algún modo todo se ha podido detener. El taxi avanza por calles llenas de edificios donde van ocurriendo más cosas. Es media tarde y a media tarde el mundo puede ser infinito, hay quien come algo porque no ha comido en todo el día, hay quien cierra los ojos y piensa en el verano, hay quien firma un contrato, hay quien habla de comisiones, quien habla de futbol, quien piensa en Andrés Iniesta. El taxi, la chica y el taxista, evidentemente son ajenos a todo eso. Ella sin embargo no deja de pensar que el azar es inquietante, porque cabe la posibilidad de que el amor, en su forma más platónica, en su forma ideal, se esconda en un taxi. A ella le gustaría en ese momento que el destino, el del taxi y el de su vida, no llegarán a esa dirección que ha indicado. Le gustaría que ese taxista agradable, dulce y con el que siente que tiene mucho que ver siguiera más allá, que saliera de la ciudad y siguiera y siguiera hablando el taxista al que ya le pondría nombre y el que manejaría ese destino agradable hacia una dirección inventada, hacia su propia dirección. No obstante el taxi alcanza la calle y el número exacto de esa calle. Ella extiende el billete y siente que lo sensato sería no bajar del taxi, hablar con ese tipo, invitarle a cenar. Resulta que no, que si baja y que el taxi se pierda y se entrega a ese azar que es la ruta diaria del taxi. Alguien levantará la mano en otra acera, en cualquier acera donde hay más edificios y dentro de esos edificios sucederán otros destinos, otras medias tardes. Ella pensará que el taxi se larga como se largan tantas cosas. Seguramente durante semanas cada taxi que pasa se convierte en la posibilidad de un reencuentro, pero hay miles de taxis, hay miles de trayectos y es inabarcable las opciones que hay para que coincidan de nuevo en otro trayecto. Atravesando calles con edificios donde hay gente que oye música, que se rasca la piel, que orina, que escribe mails, que dibujan, que tocan instrumentos, que estudian, que se perfuman, que se visten, que se desvisten. Así, sin final posible, porque esta historia acaba aquí, pero realmente continúa. Otra historia inacabada.

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