viernes, julio 16, 2010

Ojos que se mueven

.- El problema son los ojos, su ubicación inmóvil. Habría que moverlos de vez en cuando, colocarlos en otras partes, en otros ángulos. Por ejemplo colocarlos de vez en cuando en los omoplatos. Ver el mundo desde ahí, desde esa perspectiva que jamás tenemos, la parte de atrás. Es tan dictatorial siempre ahí, siempre delante, siempre a la altura de los ojos. Moverlos otras veces a la altura de las rodillas. Ahí, en esa parte del cuerpo que todo sobrevuela a ras de suelo. El problema es que siempre hablamos desde aquí, desde esta única perspectiva privilegiada, es cierto, puesto que está en la parte alta; pero serían otras visiones, otras formas. Los ojos a ratos en los omoplatos. Caminar y ver lo que sucede por detrás, ver que dejamos en vez de lo que viene. No anticiparse sino rememorar, comprender a paso dado. Habría riesgos, claro. Tropezaríamos con las aceras, cruzaríamos peligrosamente los semáforos, pero sin embargo comprenderíamos como fue el camino que hemos ido recorriendo. O los ojos en las rodillas, ahí abajo donde se cocinan tantas cosas, ahí donde se hace el giro para el siguiente paso. Ver el camino más de cerca, observar de cerca las irregularidades del trayecto, las texturas de por donde vamos caminando. O más abajo aún, colocar los ojos en los tobillos o en los talones. Colocarlos otras veces en las manos. Coger las cosas y ver tan de cerca que es eso que estamos cogiendo. Sin embargo nada es móvil salvo el completo. El cuerpo se mueve en bloque pero no es móvil por partes. Todo variaría porque la vista sería otra. Pensamos todo desde esta altura, desde esta visión. Propongo mover nuestros ojos para mirar desde otros puntos de vista, pero no ya tanto intelectuales, racionales, sino físicos. Ver desde los dedos, desde la coronilla, desde las nalgas. Girar la visión y seguramente obligar a desplazar la percepción y por lo tanto el pensamiento. Hagamos pues el esfuerzo de pensar como si moviéramos los ojos de sitio. Pensemos con los ojos en las nalgas, en la punta de los dedos, en algún lugar remoto de la extraña geografía corporal.

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