miércoles, julio 14, 2010

Los cuatro de la plaza

Yo me reuní con ellos a las siete en el banco. La plaza a veces recuerda a un barco, un barco que atraviesa un mar complicado de entender, un barco que atraviesa un océano de asfalto y cemento. Ellos seguramente llevaban desde algunas horas antes en el banco. La ubicación en el banco es casual. Bingo en el lado derecho mirando hacia la estatua; Perú a su lado, con la mirada siempre incrustada en el vacío, en ese lugar del aire donde no sucede nada o donde él ve suceder muchas cosas que nadie más ve; Seguido a Perú va Scott; Después de Scott me senté yo. Luego dejamos pasar las horas en la plaza mirando la gente sentada en las terrazas pidiendo cervezas, gin tonics y refrescos imposibles. En las terrazas se sientan divorciadas que manejan torpemente la libertad de media tarde, señoritas con trapos delicados, cocainómanos de oficina, creativos de slogans, homosexuales con banderas y modernos. Miramos desde el banco el desfile anárquico de los atardeceres de verano y apenas hablamos. Miramos a dos niños que juguetean entre las mesas y dibujan una línea que parece un dinosaurio en el aire. Cada ciertos minutos Bingo grita un número. Un sólo número: El 34. Y calla. Perú mantiene la mirada ajena a cada realidad de esa multiplicación exagerada e imposible de realidades. A veces no miro las terrazas de la plaza, a veces sólo pienso en como hemos terminado los cuatro en el banco. Perú dijo, una de las pocas veces que habló, que llegó de Lima hace cinco años; por eso le llamamos Perú. Duerme en la plaza o a veces baja al metro y se esconde en un hueco que hay en la entrada del túnel dirección norte. Bingo dice que todo sucede por azar, que el llegó ahí por que así salieron los números, así se cantó la línea. A mi me parece que Bingo tiene acento de otro lugar pero dice que el nació en la plaza. Duerme en el parque, en un árbol frondoso y bajo, dice que seguramente ese árbol sea el bombo universal, que ese árbol contiene los números y que a cada rato van cayendo. Scott dice que era rico, yo le creo a veces. Habla de Londres, de fiestas elevadas, de formas de vida que sólo se han leído. Que salió de Londres porque Londres se cubrió de repente de lava, una lava espesa que no soportó. Que dejó todo, una vida repleta de placer. Que terminó en la plaza porque le agradó. Duerme en un cajero. No hablamos mucho, pero nos hemos ido cogiendo cariño. Finalmente somos marineros en ese barco plaza, en esa plaza en el medio del mar, ese mar imposible y profundo que es esta ciudad. Me gusta pensar que navegamos mar adentro, hacia la línea de sombra.

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