miércoles, julio 28, 2010

Vacaciones, vacaciones, vacaciones....

A esa hora nadie baja a la piscina. Es la hora del medio en el hotel, la hora frontera, la hora no hora porque o bien aún están en la playa o bien duermen la siesta para despejarse en la noche. Hace calor y me gusta bucear despacio, dominado por esa laxitud poderosa que hay bajo el agua. Disfruto del cambio de temperatura corporal y de los cambios de velocidad en mis movimientos. Luego ya salgo a flote y braceo pausadamente rodeado de ese azul eléctrico acuático y mantengo la posición sobre el agua. Tiendo a pensar que prefiero esa sensación de ingravidez al siempre humano deseo de volar. A veces tarareo algo que invento y sigo braceando. Llego a la escalera y la asciendo e imagino un extraño asunto de naves y cometas. Generalmente me quedo sentado en el bordillo y espero los minutos que pase. Es puntual y rutinario. Sus gestos son casi siempre exactos. La toalla colgando del cuello, el andar decidido y silencioso, la camiseta en una mano y las bermudas limpias y elegantes. Saluda en el mismo tono cada día y pasa de largo. Entonces me levanto delicadamente y comienza la persecución diaria. Él entra en el ascensor y subo apuradísimo por las escaleras, Subo los escalones de dos en dos, si me veo fuerte incluso de tres en dos o hasta de tres en tres. Llego a la cuarta planta, siempre le alcanzo cuando el ya está al final del pasillo. Dejo las sandalias en el rellano y camino despacio sobre la moqueta granate. El pasillo gira un par de veces como dirigiéndote a un destino confuso, laberíntico. Mantengo la distancia prudencial, camino silencioso y trato casi ni de respirar. El avanza constante, con ese andar llamativo, envidiable y elegante. Entonces siempre sucede lo mismo, saca la llave de uno de los bolsillos y abre con muchísima cautela. Siempre mantengo la distancia y el silencio. El deja la puerta abierta. Lo que sigue, como todo lo que ha sucedido, es exacto cada día. La misma frase de recriminación, el mismo altercado que reverbera por todo el pasillo. El eco de lo que se dijeron ayer, antes de ayer y hace tres días, se repite. Entonces se escucha, como siempre, repetido, exacto, el grito de ella y el insulto final que le delata, que le desvela como asesino, como el hombre que la mata. Entonces, como cada día, yo salgo corriendo para tratar de evitar lo inevitable. Entro y veo el cuerpo de ella tendido en la cama y la mirada aterrada y ya arrepentida de él. Le miro, me mira y salta ventana abajo cayendo exactamente en el mismo sitio siempre, en el centro exacto de la piscina. Ahí, justo ahí arranca de nuevo el ciclo, la repetición en la que llevamos años, décadas, quizá siglos y de la que jamás saldremos, el loop eterno: Las ansiadas vacaciones eternas.

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