martes, junio 29, 2010

Cristal

A mi me parecía que todo se había vuelto de un modo ciertamente cristalizado. Si levantaba la vista hacia lo lejos las cosas se convertían, se cubrían de esa leve deformación, los perfiles se modificaban y todo se convertía en algo lejano e inalcanzable. Además que aquel cristal invisible tendía al azul pero ese azul que apenas se nota. Hay un azul que parece que no está. Todo estaba cristalizado en ese momento, como cristalizado era, en cierta forma, lo que iba sucediendo alrededor. En la mesa de al lado unos belgas hablaban de un modo cristalino, sus voces estaban sostenidas por un muro de cristal. Llegué a pensar que entre mi mesa y el resto del mundo había un muro inapreciable de cristal. Me levanté y al contrario de ese conclusión el muro pareció venir conmigo. Anochecía y caminé por aquellas aceras poco transitadas, algunas luces de coches pasaban de un lado al otro y mi cristal transformaba los destellos en círculos que recordaban a las perlas, perlas rojas, perlas verdes, perlas de humo. Levante la veista, a lo lejos un reloj anunciaba la noche. En esa ciudad anochece tarde en verano y el calor es leve. Recuerdo en ese instante una triste balada que fue un éxito comercial, basada en unas guitarras que se resbalaban y una voz profunda y nostálgica. Aquella canción te desplazaba a otra lugar, a un lugar detrás de un cristal. Pienso en ese instante que quizá aquel americano compuso esa canción en un día que vio todo tras otro muro de cristal y su canción, a su pesar, traspasó el cristal y terminó sonando en radiofórmulas. Tarareo entonces aquella guitarra triste y recuerdo que aquella canción salió en una película sórdida o en una escena sórdida. Llego a un cruce, pasa un taxi negro de izquierda a derecha lo debería haber parado porque seguramente me hubiera sacado del muro de cristal pero decido otro destino. Camino de frente, me cruzo con un grupo de jóvenes famélicos, avanzo hacia el río, me cruzo con una chica vestida de azul turquesa que mira hacia el cielo pensando que quizá esa noche llueve, entonces yo pienso que lo sensato sería no ir al río, no traspasar el muro de cristal pero no me obedezco porque de algún modo mis pensamientos racionales vienen desde el otro lado del muro. Veo pasar un coche verde, de dimensiones desconcertantes y un extraño efecto visual me hace creer que no lleva conductor. Cuando llego al río pienso en alguna película, pienso en que es extraño llegar a ese río una noche de verano. Veo la ciudad desde ahí, incrustada al otro lado del cristal. Hubiera saltado, hubiera dado el brinco y me hubiera dejado hundir, pero en ese instante veo a dos chicas en el otro lado del puente y pienso que quizá todo sea un asunto más básico. Bebo durante horas, el cristal aumenta en grosor. La mañana siguiente, sin embargo, ha desaparecido.

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