jueves, junio 10, 2010

Gago

El Gago tenía algo de alienígena. No lo digo en un sentido ofensivo, lo digo en sentido biográfico. El Gago tenía una vida rara, inalcanzable, peculiar y si uno afina, casi podría decir que su vida comenzaba en el descenso de una nave al planeta tierra. El Gago tenía algo de experimento marciano, no era del todo real. Vivía con un tío que no le trataba del todo bien, el tío tenía una colección de hijos casi infinita, nunca llegamos a descifrar cuanta gente vivía en aquel apartamento que era del mismo tamaño que, por ejemplo, el mío; en el que vivíamos, mis padres y mis dos hermanos. En casa del tío del gago había al menos nueve o diez personas viviendo, y como el Gago era el hijo de la hermana que falleció en extrañas y ocultas circunstancias era el menos beneficiado de semejante amontonamiento. Yo estoy seguro, eso lo pienso ahora, muchos años después, que el Gago no tenía espacio reservado en aquel hogar. El Gago salía a la calle a primera hora, tuviera o no tuviera que hacer, generalmente se entregaba a un ocio tedioso, curioseaba por el vecindario, intimaba con los más pequeños y organizaba campeonatos de fútbol llenos de ilegalidades y trampas para terminar ganando, siempre, el equipo en el que el era, por supuesto, capitán. El Gago jugaba al fútbol por salvación, en el fútbol encontraba como llenar esas horas que sucedían a lo largo del día en las que no tenía hueco. Jugaba con ansiedad, El Gago no soltaba la pelota porque si la soltaba se quedaba sin hueco, se quedaba aislado no sólo en el medio del campo sino en el medio del planeta, a base de ese temor el Gago convirtió aquello en la virtud del regate. El Gago no tenía ni idea de jugar en equipo, pero tenía el mejor regate de todo el barrio. Era inmenso en esto, pedía la pelota al portero en el borde del área e iba ascendiendo y librándose de torpes jugadores que le iban saliendo al paso, llegado al área contraria no dirigía el pase al jugador en posición privilegiada, sino que amagaba y volvía un poco al medio campo, como si acabándose los regates se acabara el mundo. Para el Gago el mérito no era meter gol, era regatear al destino, al vacío, al dolor. Jugar en el equipo del Gago era insoportable y terriblemente aburrido, corrías, te desmarcabas una y otra vez y la pelota jamás te llegaba. Con el Gago ha sido la única vez que he actuado de defensa contra mi propio equipo, le entré por detrás y le robé el balón en el medio del campo para avanzar, para ir adelante, para crear jugada, por la ilusión vana de meter gol en aquella cancha olvidada. A eso dedicaba sus horas el Gago, a eso y a mentir. EL Gago vivía en una realidad paralela. Había visto todos los eclipses, había jugado con Romario en un partido misterioso, había dado la mano a Maradona, pero no le había dado cualquier mano, la Mano del Gago había chocado con la famosa "Mano de Dios". El Gago había estado anoche en la mejor fiesta de la historia de la humanidad, rodeado de prostitutas de lujo que le ofrecían el mejor licor del mundo, el Gago tenía un negocio indescriptible que le daba cantidades alucinantes de dinero al cabo del mes. Sin embargo todo el mundo quería al Gago, había algo entrañable en aquel personaje parlanchín y solitario. Uno imaginaba al Gago entrando en aquella casa hiperhabitada, sin espacio, dando vueltas entre primos, sin saber donde sentarse, sin saber donde quedarse quieto. Cuando estábamos abajo, después del algún partido y el tío aparecía a lo lejos, el Gago se escondía. Luego desaparecía por las noches, salía a la calle y no volvía, no sabíamos donde iba. Un día me llevo a un prostíbulo lamentable. Me dijo que estaba enamorado de una de las chicas que hacía show. Fuimos de madrugada, me senté en la mesa que el me dijo. El local estaba medio vacío, En aquel escenario apareció una chica jovencísima y empezó a ejercitarse alrededor de una barra metálica. Había poca luz, la música se oía con un crujido extraño a través de los altavoces. Miré un rato el espectaculo de la chica y giré disimuladamente los ojos para ver el gesto del Gago, sorprendentemente el Gago lloraba. El gago que siempre hablaba de sus peleas, de sus puños, de como le había partido la boca a más de uno, estaba llorando. Acabó la música y salimos. En aquella época yo había descubierto a Porno For Pyros y salí de allí tarareando una canción de aquel disco, "Cursed Female", no se muy bien porque, supongo que íbamos callados y aquella ciudad de noche era triste o porque había dejado de entender nada y porque las cosas, realmente aparecían y se iban, te llegaban en medio de la 26 con 42 y se perdían en el siguiente cruce o porque las cosas van y vienen, como regates del Gago en esa cancha cósmica e infinita del vacío, de la nada, de lo inacabado, porque mas que infinito, el universo en ese momento parecía inacabado, como esas construcciones terribles que están abandonadas, construidas sólo hasta el esqueleto, con cimientos que apuntan hacia la noche, hacia una noche donde no habita nadie y reverberan melodías malintencionadas. Entonces el Gago, muy digno, muy contundente, muy épico me prometió que un día sacaría a aquella chica de allí y que si era posible se casaría con ella. Por supuesto todo era mentira o todo sería mentira. Han pasado años de aquello, quince o dieciseis. Me fui de allí, nunca más vi al Gago. Años después alguien me dijo que el Gago era taxista y que un día le había llevado y que seguía mintiendo, que contó no se que historia sobre el taxi, sobre su vida que por supuesto no era cierta y que estaba gordo como Maradona que era su ídolo definitivo. Le imaginé recordando a aquella muchacha mientras conducía aquel taxi imposible, le imaginé recreando sus regates mientras llevaba a alguien, a cualquiera, a alguno de nosotros, pero me congratulé de que ya había en el mundo un hueco para el Gago, la cabina de aquel taxi, su nave atravesando la galaxia vacía. Porque no lo ovidemos, el Gago en el fondo era o tenía mucho de alienigena.

1 comentario:

Guy Monod dijo...

su-su...sublime

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