viernes, abril 30, 2010

Monólogo del asesinado

Anoche fui asesinado. Podría desvelar la identidad de mi asesino, pero de momento me abstendré. El asesinato fue un trabajo muy bien realizado, como negarlo. Nunca he pecado de ese orgullo que ciega y no deja ver las cosas bien hechas por los enemigos. Fue preciso en el golpe, pero sin negarme cierto sufrimiento, lo que siempre hace mas eficiente el asesinato de un enemigo. Tampoco se excedió en torturarme. Fue elegante, algo de dolor, algo de humillación, pero nunca excesivo en la violencia. Me gustan esos asesinos que no caen en la trampa de la tortura. Ese es el camino fácil. Es difícil dar con la dosis Ad hoc de maltrato sin sobrepasarse en el mal gusto o en llevar al enemigo al desgarro y al dolor por el dolor. Apareció en casa, cuando yo no lo esperaba. Fue educado, sosegado. No se dejó llevar por la ansiedad del acto. Diría que fue respetuoso e incluso didáctico. Con voz pausada me comentó que sería lo que iba a suceder:

.- Esta noche vas a morir. Creo que hasta tu mismo sabes que lo mereces.

Ante tal actitud no pude resistirme a la amabilidad y le ofrecí mi mejor botella. La abrí, puse música. Satie es perfecto para morir. Mientras ese piano cabalgaba entristecido por el salón, serví dos vasos sin hielo. Ese licor no merece el insulto de ese enfriamiento forzado y vulgar de esa geometría irreal. Me quedé callado, pensando en que era sorprendentemente vislumbrar los instantes por última vez. La vida se caía para siempre. En breve pasaría a formar parte del pasado, mi vida se frenaba y yo tenía conciencia de esos momentos definitivos y únicos. Brindé, porque no me quedaba otro remedio, con el hombre que iba a acabar con ese viaje. Respondió con cierta sorpresa. Bebí mi vaso de golpe, escuché por última vez a Satie, fui saboreando cada pulsación de teclas de esa grabación. Esas escalas moderadas y amables pero cargadas de nostalgia. Cerré los ojos y esperé. Luego todo sucedió como ya ha descrito. Algo de agitación, la justa. No entraré en detalles. Simplemente, pasados unos cuantos minutos me sentí morir. Mi cara se quedó plantada en la alfombra. Ahí sigo, ahí sigue mi cuerpo. No mentiré, no lo crean: No hay vida después de la muerte. La escena, simplemente ha terminado. Se para la cámara, grita el director. Se agita el plató. Toma válida. Siguiente escena.

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