martes, abril 06, 2010

Laura Martín

No llegaba autobús hasta la colina de los almendros. La urbanización lujosa y exclusiva era de difícil acceso sino se contaba con automóvil. Yo me bajaba en una parada que había donde la entrada de la carretera, allí me dejaba un autobús de línea que contaba con muy pocos servicios al cabo del día, luego el camino en ascenso hasta la mansión de los Martín era largo y muy empinado, pero aún así acepté aquel trabajo porque el sueldo era bueno y porque desde la entrevista había algo en aquella casa, en aquella familia invisible, que me resultaba atractivo, hipnótico. Había una sala de planchado cerca de la cocina y de las habitaciones de servicio. Yo llegaba y Lourdes, la encargada principal, me había dejado toda aquella ropa para planchar. Casi nunca hablaba con nadie, casi nunca me cruzaba ni con otros empleados ni con nadie de los Martín. Mientras planchaba, a través de la ventana, veía a veces al jardinero entregado paciente a sus labores. El trato con Lourdes era frecuentemente muy veloz y distante, me pagaba puntualmente y me citaba para la siguiente jornada. Solía ir tres veces por semana, planchaba grandes cantidades de sábanas, de ropas elegantes, deportivas, uniformes de servicio. Pasaba mis horas concentrada, porque el ambiente silencioso y el buen pago invitaban a hacer tu trabajo con esmero. Una chica muy joven llegaba al mediodía y me avisaba para acercarme a una mesa de la cocina donde me habían dejado algo para comer. Comía y volvía a la sala de planchado. A las seis o seis y media, Lourdes se acercaba con el sobre del dinero, me lo daba y me preguntaba siempre por si podría venir el siguiente día indicándome día y hora. Yo contestaba siempre que si, cogía el sobre, salía de la gigantesca sala, en la puerta me abría el vigilante y salía a la soledad de aquella urbanización gigante. Descendía por las cuestas solitarias entre otras casas igual de gigantes y de silenciosas. En el camino sólo escuchaba de vez en cuando algún perro ladrando al otro lado de las vallas. Mucho rato después llegaba a a la carretera donde estaba la parada y esperaba paciente la llegada del autobús que me llevara hasta la ciudad. Siempre era así, pero una tarde Lourdes se acercó con el sobre y me dijo que si alguna vez podría contar conmigo como apoyo para fiestas, le dije que si, que ya había servido y que también había realizado trabajos de hostelería y de cocina en alguna ocasión:

.- Necesitamos que vengas este sábado para ayudar en una fiesta que da el Sr Martín. Es una fiesta importante para el Señor, no ya sólo por lo que celebra sino por que los invitados son especiales. Hay que hacer un trabajo excelente ¿podrías encargarte de servir bandejas de bebidas y de aperitivos?

Por supuesto acepté. Aquello me pareció una oportunidad única y al enterarme de lo que me pagarían aún me pareció mas acertada mi decisión de trabajar aquel sábado. Lourdes me dio las indicaciones, horas y algunas normas importantes para el servicio de aquella fiesta.

Llegué a media tarde, un poco retrasada porque si habitualmente era complicado llegar, los sábados el viaje a la colina de los almendros era aún mas inaccesible y difícil. Subí las cuestas de la colina casi corriendo, pero tratando de no sudar. El vigilante me abrió la puerta, llegué a la sala donde me esperaba Lourdes. Pedí mi avergonzada disculpas por el retraso, pero Lourdes no estaba molesta, contestó que era normal que el sábado hubiera tardado más en llegar. Era obvio que yo no llegaba en coche, pero me sorprendió que supiera como venía yo hasta la casa. Luego me entregó un uniforme y me dijo que me vistiera y que me fuera al jardín. Me cambié en un baño muy amplio y salí al jardín donde nunca había estado. Vi a lo lejos una piscina y una pista de tenis. Allí había dos chicas jugando. Una de ellas era hermosísima y golpeaba la pelota con enorme precisión. Me quedé unos segundos mirando porque había algo de espectáculo en como aquella muchacha giraba la cabeza de la raqueta para devolver la pelota al otro lado de la red. Seguí de largo hasta el porche. Por alguna razón en el momento que pasé al lado de la pista me puse nerviosa. Las muchachas me ignoraron. Entre punto y punto la otra chica dijo algo que no alcancé a entender.

Nos explicaron la organización de nuestro trabajo, como debíamos repartirnos las bebidas y los aperitivos, que zonas abarcar cada una y como debía ser nuestro trato. Una hora después sonaba música en directo, un cuarteto interpretaba al fondo del jardín. Una multitud conversaba entremezclada. Tras muchos paseos entre la gente con mi bandeja logré descifrar quien era el Sr Martín, también a la Sra, que se acercó para saludar y agradecernos nuestro trabajo. Seguí entregada a mi labor. Una de las veces alargué la bandeja entre un grupo de jóvenes, allí vi a la muchacha hermosa que jugaba al tenis muy arreglada y elegante, era la hija de los Martín charlando con un chico de aspecto desagradable y antipático. Una de las veces que fui a recoger más bebidas para poner en la bandeja. Lourdes, me llamó aparte y me dijo:
.- ¿Puedes acercarte allí, al fondo del jardín? Hay una fuente de piedras enterrada de un montículo, detrás podrás entrar en una sala. Lleva esta bandeja con esto

y deposito una caja granate. Caminé por todo el jardín con la bandeja repleta de bebidas siguiendo las indicaciones de Lourdes. Cruce una puerta que efectivamente había detrás de aquel montículo y me encontré con seis tipos sentados en una mesa de cristal. Nadie hablaba, cogieron las bebidas y uno de ellos cogió la caja. Me giré para irme, pero el que había cogido la caja me dijo:

.- No, por favor. No puede irse. Pase y quédese allí.

Avancé hasta la posición que me indicó. Me quedé quieta. Los seis hombres se agarraron de las manos haciendo el círculo alrededor de la mesa. La caja la colocaron en el medio justo. No hablaron pero se cogían las manos con muchas fuerzas. Uno de ellos abrió los ojos y dijo en alto y con un tono muy serio, muy dramático:

.- No puede salir otra vez. Es día 12. No va a salir.

.- Pero hay que intentarlo. Por favor, cerremos los ojos e intentémoslo de nuevo.

Estuvieron algunos minutos muy concentrados. Miré la caja varias veces esperando que se abriera o que saliera un rayo o un humo o algo. Esperé que saliera algo, una señal, pero no sucedía nada. Abrieron todos los ojos, se soltaron las manos. El más alto lanzó la mano hacia la caja y la abrió. Miró a los otros con solemnidad:

.- Lo tomaré yo.

De la caja sacó una especie de seta o champiñón y se lo tragó.

.- Esto nos va a costar el despido.

.- Vamos, por favor. Vamos. Hagamos el esfuerzo.

El que había tomado el champiñón se separó de los otros y cerró los ojos. Pasados unos segundos empezó a hablar:

.- Las señales son confusas. Veo las vibraciones angulares a lo lejos.

.- ¡ Dios mio! Otra vez las vibraciones angulares. No puede ser

.- Si, las vibraciones angulares, pero esta vez vienen acompañadas del frenesí amorfo. Las ondas se repiten. Todo se confunde con la cara de Laura.

.- ¿De Laura?- Gritó otro- ¿La hija de Martín?

.- Si- contestó- Laura entre vapores, Laura aumentando de tamaño

Los demás le miran absolutamente concentrados y atentos a cada una de sus frases. Al escuchar el nombre de la hija de Martín pienso en la imagen de la tarde cuando la vi jugando al tenis. Laura Martín jugando al tenis y luego Laura Martín hablando con ese joven nefasto. Sigo observando la extraña escena.

.- Laura juguetea con planetas. Laura navega sólida entre mares fosforescentes...

.- Martín nos va a matar a todos. No puede ser que Laura aparezca en todo esto.

Yo encadeno pensamientos. De repente me parece ver conexión entre las palabras inconexas del hombre del champinón y la imagen de Laura Martín jugando la tenis por la tarde y hablo, sin saber muy bien por que lo hago:

.- Laura jugaba al tenis esta tarde y había algo mágico y enigmático en como golpeaba la raqueta

Todos me miran incredulos, sin comprender. Uno de ellos me habla:

.- ¿A qué hora?

.- No se, atardecía. Hubo un momento que dio un golpe que no parecía un golpe, parecía poesía, pero no me haga caso, no se muy bien que me digo- trato de excusarme, pero por otro lado no he podido evitar hablar. Me averguenzo de haber hablado y tampoco entiendo que digo.

.- Entonces es Laura

.- Si, es Laura- contesta el del champiñón.

Uno de ellos se acerca, me coge de la mano y me dice que nada hubiera sido posible sin mi ayuda:

.- Gracias- dicen todos a coro

Me unen a ellos. En ese instante entra en Sr Martín y muy serio pregunta:

.- ¿Ya se sabe algo?

Hay un largo silencio. Todos miran al suelo. Estamos los seis y yo cogidos de la mano en círculo. Sin saber porque miro al Sr Martín y digo:

.- Es Laura Sr Martín. Es Laura. Lo siento

El Sr Martín se queda estático, totalmente conmovido, a punto de llorar. Se da media vuelta y desaparece. Yo cojo la bandeja y salgo al jardín. Trabajo el resto de la noche como si nada hubiera pasado. A las dos de la mañana me acerco hasta Laura con la bandeja. Me mira y sonríe. Doy, en ese momento, por acabada mi jornada.

2 comentarios:

Estefanía González dijo...

buenísimo, como acostumbras

Estefanía González dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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