miércoles, abril 07, 2010

El último año de la carrera

Corría septiembre de 1966. Acabábamos de llegar a Salamanca. Era la segunda vez que cruzaba el atlántico, el viaje desde Lima había sido entusiasta y repleto de fantasías. Habíamos leido obsesivamente "On the road" y algo de Hemingway, así que de algún modo Salamanca y la facultad de medicina nos abrían la posibilidad de protagonizar nuestra propia generación beat. Peruanos pseudo burgueses en la Iberia franquista recreando una historia no escrita y que queríamos escribir. Estábamos dispuestos a vivir desde cero. Nos bañamos en la inocencia salvaje y quisimos creer que Salamanca sería el epicentro de nuestro movimiento literario, pero Salamanca era otra cosa. España en general era otra cosa y no lo supimos ver. No era el escenario de unos artistas liberados, actuando sin reglas. Las cosas eran más bruscas, menos modernas. Nosotros veníamos de la Lima burguesa, teníamos un pensamiento avanzado, moderno y España aún viajaba en carreta. En cualquier caso estábamos dispuestos a vivir cualquier cantidad de instantes salvajes, los forzabamos, los buscábamos, husmeabamos cada esquina en busca de experiencias traducibles a literatura. Nuestra idea, siempre, fue poder ser literatura en vida. Ahora, tantos años después no veo nada excesivamente reseñable, salvo lo que no nos dimos cuenta que era la verdadera literatura. Buscábamos salvajismo, extremos y los extremos y la literatura de nuestras experiencias sucedían donde no sabíamos verlo. Sin embargo, de todo aquello que buscábamos, siempre he guardado una anécdota especial, la única reseñable y realmente literaturizable. Un episodio que seguramente nos superó y nos trasladó a la verdadera inocencia y no la que forzabamos. Un episodio raro e inexplicable y que nos dio oportunidades que nos vimos porque íbamos disfrazados de lo que no éramos. Bajámos desde Salamanca hasta la Sierra de Madrid, estuvimos varios días caminando por las montañas de las que un sueco nos había hablado los primeros días en la residencia de estudiantes donde vivimos en Salamanca. Viajamos hasta allí en busca de no se que mística que nos prometió el sueco. En Salamanca cogimos un autobús proletario que nos dejó en Segovia. De Segovia caminamos horas ascendiendo hasta un pico del que no recuerdo el nombre. Desde allí fuimos recorriendo rutas indicadas por aquel sueco bastardo. El camino lo aliñamos fumando marihuana hasta el hastío por aquellas montañás resecas, con lo difícil que era fumar marihuana y conseguirla en España en aquella época, pero el sueco insistió tanto en el viaje y su recomendación que para motivarnos nos consiguió una marihuana excelente traída de no se que modo desde Tetuan. A los dos días caminabamos Marquito, el Chumi, El indio y yo, por un camino arenoso y seco, nada parecido a la vegetación a la que estábamos acostumbrados. El Chumi leía enfervorizado y narcótico a Machado en voz alta, avanzando por aquella arena reseca y árida. Atardecía y nos habíamos perdido, llevabamos horas, casi los dos días sin cruzarnos con gente y la excursión había tenido cualquier adjetivo menos el de la mística. En eso nos apareció un tipo uniformado y nos llamó amablemente:

.- Muchachos. ¿Que hacen por aquí tan alegres y dicharacheros?

Al ver al guardia civil, abandonamos con enorme facilidad cualquier espíritu de rebeldía y fuimos forzosamente amables con aquel individuo extraño que nos abordaba solitario en medio de la montaña:

.- Paseando, Sr, por las hermosas montañas de su hermoso país.

Y el agente sonrió, y el Chumi que andaba con Machado a cuestas, soltó para puntualizar nuestra veneración al paisaje y la península y sus poetas y a modo de guiño y para hacer énfasis en nuestra amabilidad ante la tierra que nos acogía dijo:"Ancha es Castilla"

.- Caray- dijo el acento- que los jovenes no son nacionales, que son extranjeritos y ¿de donde vienen los simpáticos chavales?

.- Somos peruanos, señor.

.- América, América y España encontrándose de nuevo. Cualquier lugar es idóneo para un encuentro entre los dos lados. Ahora aquí en la sierra.

.- Así es, señor- Dije yo, pues a pocas cosas temía más que a la guardia civil, los perros del régimen


Entonces la conversación fue rápida y el cambio de tono del guardia civil aún más. De repente se puso confidente con nosotros. Mareaba la perdiz sin seguir en línea recta hacia donde quería ir. Hasta que tras varios regodeos nos pidió casi susurrando el favor de seguirle. Que no era nada importante, un pequeño favor:

.- Verán, jovenes. Aquí, un poco más adelante en este camino, nos vamos a encontrar en seguida con una casa de piedra. La única construcción en toda la montaña. Es, como verán en seguida, una casa grande a la que acude alguien muy poderoso una vez a la semana. Necesito que entren conmigo y charlen con él. Les propondrá jugar al poker, beber algo de alcohol e intercambiar anécdotas. Nada más. Si ustedes lo hacen, a él le harán feliz, a mi me harán un impagable favor y ustedes sacarán algún beneficio a posteriori, creánme.


Guiados por la curiosidad y la inquietud, seguimos al guardia civil. Avanzamos por camino, atravesamos un repentino bosque de pinos y jaras y nos encontramos con una valla de piedra que efectivamente, delimitaba la finca de la casa de piedra. Una casa que bien podría recordar a la de una película de terror que quizá en aquella época aún no se habría rodado. Atravesamos la finca siguiendo al guardia que constantemente nos miraba y sonreía nerviosamente. LLegamos a la puerta donde un coche negro estaba detenido. El guardia civil abrió la puerta de la inmensa casa y nos invitó a pasar. Cruzamos la puerta y en el hall inmenso, sentado en una butaca ostentosa y de tamaño desmesurado, vimos sentado a Franco. No recuerdo como reaccionaron los demás, recuerdo que yo pensé, con una bola de nervios en el estómago "pero si es un jodido enano". Franco se puso en píe, se presentó uno a uno y nos invitó a pasar a un salón con unas ventanas que tenían unas vistas impresionantes. El guardía civil había desaparecido y ahora hacía presencia un mayordomo a un tipo, bastante torpe, que hacía las funciones de mayordomo.

.- ¿Que queréis beber, chicos?- dijo Franco, en un tono, levemente amanerado que resultaba extraño

Agarrotados por la impresión y por el nervio, EL Chumi contestó que agua, pero Franco sonriente le miró y le dijo:

.- No, Chumi. No. ¿Que alcohol? Aquí nada de agua, hombre. Tengo un whisky formidable. ¿Queréis un whiskicito?

y todos, contestando con movimientos de cabeza exclusivamente, dijimos que si. A los pocos minutos apareció el pseudo mayordomo con una bandeja repleta de whiskys y una baraja de poker. Franco nos propuso, entonces, jugar una partida. Nos sentamos en la mesa y en un silencio extraño repartimos las cartas.

.- Verá, Señor Franco- Dije yo azotado por un bloqueo emocional- yo no se jugar casi al poker

.- Por favor, amigo. No me llames Señor Franco. Llámame Paco, como me llaman los íntimos. Y no te preocupes, olvidemos el Poker, entonces. El poker es una excusa. Y el mayordomo apareció, de repente, con una bandeja llena de cocaina. Puso la bandeja cerca de Paco y este se lanzó poseido a meterse una raya.

.- Adelante, chicos. Esta mierda es cojonuda. Me la trajo un ministro de un viaje a Colombia.

La cosa siguió mas o menos así: Consumo desenfrenado de cocaína. Conversaciones deliradas dirigidas por el dictador. Primeras confianzas físicas de Paco. Paco que le toca el hombro al Chumi. Paco que me lanza la mano a la rodilla. Paco que sonríe y cada vez tiene más amaneramiento no sólo en el habla, también gestuálmente. Paco que roza su hombro constantemente con el hombro del indio. Paco que se quita la chaqueta. Paco que propone disfrazarnos. Paco que se bebe los Whiskys como agua. Paco que le dice al pseudo mayordomo que ponga algo de Mambo a todo volumen. Paco que coge a Chumi y se ponen a bailar por todo el salón. Paco que trata de besar al Chumi y el Chumi lo evita como puede. Paco que dice que porque no bailamos todos. Paco que hace trencito y se coloca de locomotora, dirigiendo los pasos por todo el salón. Paco que agarra al indio por la cintura y le da un beso en el cuello. Paco que bebe y nos hace beber. Paco que pide más cocaína para todos. Paco que se quita la camiseta y baila como si le fuera la historia en ello. Paco que se cae redondo al suelo y se queda traspuesto. El mayordomo que se lleva a Paco a una habitación, vuelve, nos da unos sobres con dinero y nos dice que como hablemos de esto, ya sabemos lo que hay. Salimos de la casa. Vemos al guardia civil apoyado en el capó del coche negro. Nos sonríe y dice:

.- Muy bien muchachos. Ya sabeis- y el dedo indice lo hace recorrer a lo ancho del cuello.

Las cosas nos quedan claras, nadie habla jamás de Paco. Como buenamente podemos terminamos la excursión. Cogemos un bus a Salamanca. El sueco nos pregunta sobre la mística de la sierra y le decimos que si, que nuestra vida es otra desde la sierra y nos fumamos un porro con el Sueco. Pasamos el año estudiando nuestro último año de medicina y volvemos a Lima. Se han diluido lentamente, nuestras intenciones de ser beatniks

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