sábado, abril 24, 2010

Fantasmas

Había algo sorprendente cuando la veía fumar. El humo que salía de su boca parecía diminutos fantasmas emergiendo de su boca hacia el mundo, fantasmas con desconocidas intenciones. Levitando casi inapreciables por la habitación. Había algo perverso en aquellos fantasmas porque tenían mucho de mis fantasmas. Salían tan despacio de su boca, salían tan como sin querer, empujados con enorme sensualidad por la punta de su lengua, resbalándose por la saliva. Aquellos fantasmas alcanzaban lo que yo no podía alcanzar. Parecían conquistadores sigilosos que se deslizaban por ese territorio tremendo. Salía el humo por partes, en formas variables. Pequeñas nubes que anunciaban no se que extraña tormenta. A veces veía alguna cara en aquellos humos y cuando creía ver una cara ya pasaba a ser otra forma que cuando casi ya descifraba pasaba a ser otra. Una persecución que terminaba difuminándose en el techo o saliendo por la rendija del ventana y de allí, de allí ya le perdía la huella a aquellos fantasmas que salían de su boca. Ella hablaba o escuchaba mientras los fantasmas salían, venían desde tan dentro, venían tan de lo profundo que yo hubiera lanzado mi mano para retenerlos e interrogarlos pero el humo, como los fantasmas, está en constante huida. Un escape permanente. Luego había otros juegos, sus dedos y las cenizas, pero yo me perdía en los fantasmas, en aquellos fantasmas saliendo de su boca. En aquel juego sensual. A veces los miraba tanto, les veía salir de allí, en un hipnótico estado placentero, que sentía celos de los fantasmas, porque los fantasmas salían de tan adentro, venían tan suave y yo estaba siempre tan de frente, en otro lado viéndoles salir de su boca, de esa boca. Ella soltaba el humo, lo soltaba como desencadenando a almas que estuvieran apresadas durante años en algún lugar invisible de su anatomía y emergían los fantasmas, saliendo de aquella cueva hermosa que era su boca. Luego, pasados los minutos, ella apagaba el cigarro y hablábamos de cualquier cosa, y durante un rato yo descansaba. Dejaba de pensar en los fantasmas, hasta un rato después que todo empezaba de nuevo, que ella encendía otro cigarro y comenzaba a liberar aquellos fantasmas por su boca.

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