domingo, abril 18, 2010

La historia Lejana

Terminamos en su casa a las cuatro de la mañana. Subimos unas largas escaleras que crujian y que dejaban ver el hueco de los años en las grietas de la madera. Alcanzamos el último piso, ese que parece no sólo el final del edificio a lo alto sino el final de más cosas, o el principio del resto de la ciudad, ella sacó las llaves con algo de torpeza y entramos. Noté el olor propio que tiene cada casa y aquel, como no, era un olor lejano. Yo me encendí un cigarro y ella me dijo que en su casa no se fumaba, que saliera a la terraza. Hacía algo de frío, pero me apoyé en la barandilla y me quedé viendo la avenida de abajo por donde pasó, muy de vez en cuando, algún coche. Fumé pausadamente porque sospechaba que ese sería el último cigarro hasta el día siguiente o esa forma de día siguiente que hay al amanecer cuando ya se está, realmente, en el día siguiente. Miré la punta donde se libraba una batalla hipnótica entre la mecha, el papel y el inicio de la ceniza. Hay tantas metáforas en un cigarro que por eso es tan difícil dejarlo, porque fumar es lo más parecido a aspirar filosofía. Se pegan tantos elementos en un espacio tan reducido, ceninzas, fuego, papel, humo y oxigeno que va y viene de un pulmón humano, que una de las grandes sensaciones de fumar es contemplar esa guerra de consecuencias inmediatas; sin contemplarlo concienzudamente, en un cigarro se mira y no se mira esa decadencia inmediata, ese volverse cenizas velozmente y ya luego, como ceniza, ir cayendo a la nada, y la nada puede ser el precipicio que hay desde la barandilla hasta la acera allí abajo. En cualquier caso la ceniza ya cae y hay tantos enigmas en ello, hay tanto del tiempo y de las formas de ese paso del tiempo en fumar. Seguí fumando. Ella trajinaba por dentro de la casa, yo estiré el momento del cigarro lo más que pude. Levanté la vista y traté de ubicar algunos edificios que se amontonaban al frente. Esa zona de la ciudad es poco común para mi y esa perspectiva novedosa, así que tardé unos segundos en comprender como y de que se componía esa vista que se extendía desde la terraza hasta el fondo. Solté humo. Lancé la colilla como un kamikaz hacía el abismo y me di la vuelta, durante segundo y medio visualicé mentalmente la caída de la colilla y entré en la casa, ella me miró y sin hablar nos empezamos a besar, recorrimos el pasillo enfurecidamente y entramos en su habitación, donde yo jamás había estado, la luz se quedó encendida mientras nos lanzamos a la cama. Había un cuadro en la pared que me resultó muy llamativo y que parecía una forma producida por el humo, una forma de algo que siempre permanece, por más que nos acerquemos lejano. Mientras, mi mano recorría con poca precisión, las líneas no dibujadas de sus piernas. Había una librería al otro lado de la cama, en la mesilla una pila de libros amontonados y unas hojas esparcidas que parecían una carta. Ella trató de apagar la luz desde la cama, pero no lo logró, hacerlo hubiera supuesto despegarnos y ninguno de los dos estábamos para semejante esfuerzo. Hicimos el amor con la torpeza con la que se hace el amor cuando se ha bebido mucho. Nos quedamos callados y ella apagó la luz y se metió debajo del edredón. Me dormí unos segundos, quizá unos minutos y volví a abrir los ojos, ella estaba absolutamente dormida y yo absolutamente desubicado. Encendí la lamparilla de la mesilla, revisé los libros que había esparcidos y termine cogiendo las hojas que parecían una carta. A pesar de mi esfuerzo por no hacerlo la terminé leyendo.

Febrero de 2017, Praga

Luisa;

Retomo la sabía costumbre que impusiste de escribirnos a carta, ese medio legendario que desapareció en los abismos de la evolución, de la forma de evolución habitual para los demás, no para ti, claro. Escribir a carta tiene tanto de detener el tiempo. Escribo aquí y todo permanece intacto; luego mientras viaja encerrado en el sobre hasta que tu la abrirás allí y el tiempo detenido, a una velocidad muy distinta a la que lleva el tiempo habitual, vuelve a arrancar en el momento justo que tu comiences a leer esta carta. Por eso escribo como tantas veces nos escribimos. Ya ni siquiera es fácil encontrar folios, hojas en blanco. Luego el rito de pegar los sellos, de lanzar el sobre al enigma del buzón, donde se entremezcla con notificaciones bancarias y facturas de la luz y quien sabe si alguna otra carta. A su modo, un buzón es un espacio físico atemporal. Una forma física digna de estudio por científicos minuciosos que observan y tratan de comprender un fenómeno. Cada buzón es un universo ajeno a este. Y esta carta terminará en un buzón donde todo se condense de una forma impredecible. Pero no es a ti o sobre todo debe ser a tí, a quien hay que hablarle de tiempo y de espacios físicos incomprensibles. Yo aún fecho las cartas, se que es una broma, pero lo hago, me hace mantener la esperanza de que sucederá. No lo tomes a mal pero le conté la situación a una amiga. Una chica que conocí en un café. Obviamente no me creyó. He vuelto a quedar con ella tres veces y siempre me pregunta por "lejana". Me gusta ese apodo, realmente eres eso, lejana. Le conté que lo último que supe es que habías pasado por 2008, que la última carta que encontré tuya fue de las primeras que me dejaste, en diciembre de 2013. Ella no entendía y le expliqué: "Lejana se desplaza temporalmernte, cada poco amanece en un lugar distinto, un fecha distinta; ella me va escribiendo y avisando donde fue que dejó la última carta. Hay cartas que jamás leeré, por que las ha dejado en días a los que nosotros ya no podremos acceder, pero hay cartas que aun tengo que encontrar. Por supuesto sus cartas no me llegan en orden cronológico. Quizá lejana ya no me ama, pero eso a lo mejor me lo comunicó en una carta que está en mi cama en el año 2002 o quizá Lejana me ha pedido que vivamos juntos pero no lo sabré hasta el 2023. Con lejana nada es habitual, no ya sólo porque una separación temporal nos mantenga tan distantes sino porque las cartas me llegan desordenadamente y mi relación con Lejana es muy distinta de la relación de ella conmigo. Para ella todo es cronológico, a pesar de desplazarse caóticamente y sin secuencia por el tiempo, para mi todo es desordenado, a pesar de vivir en el tiempo regular" pero mi amiga no entendía nada, o imaginaba que era una broma, Pero a pesar de no creerme me preguntaba "Y cuando os conocisteis" y yo le hablé de esa noche que llegamos a tu casa y que tu me dijiste que en tu casa no se fuma y yo fumé aquel cigarro mirando los perfiles de la ciudad desde tu terraza y terminamos en tu casa y nos lanzamos a la cama y sólo ahora se, siete alos depués, que mientras tu dormías yo ya leía esta carta, esta carta que sin darme cuenta ahora me escribo, era el año 2010. Desde aquí envío esta carta para darte un beso y para saludarme de nuevo, como tantas veces, en ese principio eterno al que siempre volvemos y para ayudarme, acostado en esa cama mientras tu duermes, a comprender.


Y giré, giré despacio y Lejana ya no estaba y comenzó de nuevo, como tantas veces, esta historia tan lejana.

NOTA: Mucho rato después de publicar este post, seguramente prescindible, como tantos otros, caigo en cuenta de cierta semejanza de esta torpe historia de amor atemporal, con un maravilloso cuento de Julio Cortázar titulado "Lejana". La coincidencia no es tanto en el argumento, sino en el carácter lejano de los dos personajes, tanto de este pseudo cuento, como del prodigioso relato de Cortázar. Mientras tecleaba este texto no recordé en ningún momento aquella lectura. Fue varias horas después que caí en cuenta. Eso me hace pensar en los juegos ocultos de la memoria; en como, sin conciencia de ello, mantenemos recuerdos pululando a su antojo por ahí dentro. En como la memoria y ciertos recuerdos a su vez tienen ese carácter lejano y algo atemporal que es la caracterísitica principal de todo este asunto y de esta forma de plagio lejano.

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