miércoles, abril 28, 2010

Hombre bajo el naranjo.

Eran días salvajes. Siempre me ha resultado difícil catalogar los días, los ciclos, las épocas. No suelo ver bloques en el tiempo. Creo que los días tienen en común que van unos detrás de otros, si descolocaras todos los días de tu vida y tuvieran un nuevo orden, nuevamente agruparías épocas, etapas, días. Sin embargo, con aquella época si tengo la sensación de que todo iba en masa hacía un precipicio extraño. Eran días salvajes porque todo, a cada rato se movía en el filo de lo extraño. El día empezaba pronto, a eso de las cinco de la mañana y transcurría lento, muy lento. Había poco que hacer: Observar los animales, atenderlos un poco y luego dejar pasar las horas. No había nada cerca de aquella finca, una carretera pasaba al otro lado de la valla, por donde se entraba y muy de vez en cuando pasaba algún coche, eso era todo lo que sucedía a diario. Me sentaba bajo aquel naranjo a no desfallecer de calor y cada mucho rato me acercaba a ver las jaulas de los conejos, los alimentaba, anotaba los procesos y volvía al árbol. A veces incluso pasaba tiempos largos sentado lanzando una pelota para que el perro la trajera, podíamos estar toda la tarde haciendo eso, pero un buen día, abrí la puerta grande e invité al perro a escaparse. No podíamos dos seres vivos sufrir el mismo tedio. El perro tardo en reaccionar, pero finalmente fue desapareciendo por el camino y no volvió. Me quedé solo. Hubiera hecho lo mismo con los conejos, pero estos al fin y al cabo eran los que me proporcionaban el sueldo y esa forma de vida incomprensible. Una vez a la semana aparecía el dueño, observaba a los conejos, preguntaba por el estado de las cosas en la finca, cargaba los pedidos en su furgoneta, se llevaba un montón de jaulas con los conejos más aptos, me pagaba, me daba la mano y desaparecía, como el perro, como el tiempo, por el camino. La soledad transforma y mi soledad era salvaje. Cada vez usaba menos ropa, apenas un pantalón que me remangaba hasta las rodillas, comía poco y me empecé a preocupar por cosas abstractas. Observaba el naranjo y trataba de calcular en que momento una naranja caía al suelo. Pasé horas, muchas horas tratando de analizar en que momento exacto una naranja caía al suelo. Nunca descifré el enigma. Dejé de dormir en la cama porque me pareció inútil, entrar en la casa únicamente para dormir. Toda mi vida, desde entonces, ocurría bajo el naranjo, salvo los instantes en que entraba a ver a los conejos. Ahí estaban esclavizados en sus jaulas, existiendo de un modo inexplicable. Yo dirigía sus cópulas, sus vidas. Yo dirigía su alimentación, sus horarios. Aquello me empezó a afectar. Aquella responsabilidad me atosigaba en medio de tanta soledad. Comencé a asfixiarme con la sensación de ser un pseudo dios para aquellos insignificantes seres vivos. A su vez comencé a sentir que mi vida, todas las vidas a su vez estaban en jaulas, en otras formas invisibles de jaulas. La finca, mi forma de vida, me lo parecieron, el dueño de la finca representaba para mi, lo que a su vez yo podía representar para los conejos. El naranjo era, sin embargo, mi escondite en la tierra, el lugar donde era yo. Una semana apareció el dueño, ese pseudo dios. Siguió el rito de siempre, sin embargo justo antes de subirse a la furgoneta se acercó y me dijo, muy serio, que la siguiente semana no vendría él, vendría su hija. La chica quería conocer a fondo la finca, hacer un estudio para redirigir los fines comerciales de la venta de conejos, sacar partido al espacio y las posibilidades de la finca. Que la chica dormiría un par de días aquí, que por favor tuviera preparada la casa y que la atendiese bien. Se fue.

Yo llevaba dos años trabajando en la granja, dos años tratando prácticamente sólo con el dueño de la finca. Me había convertido en una especie de Robinson sin isla, la vuelta al trato social me generó un enorme desasosiego. Estaba acostumbrado a dirigir las pausadas horas de mi día a día. El hecho de compartir espacio me obligaba a no estar todas las horas del día bajo el naranjo observando lo inobservable. Llegó el día. Apareció en la furgoneta del padre. Saludó y preguntó por todo. Hicimos un recorrido exhaustivo, vimos las jaulas, vimos el resto de naranjos, vimos los límites de la finca, vimos el estado de la casa. Apenas hablábamos ninguno de los dos. Al terminar el recorrido, ella entró en la casa y yo me fui a mi naranjo. Me senté y en ese instante cayó una naranja, la miré un rato estática en el suelo. Ella apareció de nuevo con un cuaderno en el que iba anotando cosas. Se entretuvo anotando mucho rato cosas según avanzaba entre los descuidados árboles. Se acercó, me preguntó sobre los riegos, sobre las salidas de agua y de nuevo entró en la casa. Yo me fui donde los conejos, hice copular a dos parejas, les di de comer y anoté los procesos. al volver al naranjo, ella estaba sentada ahí y fue como si me hubieran robado algo que me pertenecían. No supe donde colocarme. El naranjo se había convertido en mi epicentro cósmico y ella lo ocupaba ahora. Anduve inquieto toda la tarde, hasta que se levantó. Propuso hacer algo de cena, pero yo argumenté que no solía cenar. Ella se puso en píe y yo me puse donde debía haber estado toda la tarde, bajo mi naranjo. Entró en la casa. La vi trajinar al otro lado de la ventana. Evidentemente, y tras la ausencia brutal de dos años de ello, pensé en la remota posibilidad de sexo. Desde el naranjo la vi hacer algo en la cocina. Sacó el plato fuera y mientras comía hablamos deshilachádamente de asuntos muy dispersos. Casi al final, cuando ya había caído la noche me preguntó si no era duro vivir así, siempre en soledad. Le dije que no, que casi me había acostumbrado a esto, que casi lo prefería: "Soy feliz bajo mi naranjo" y según pronuncié esa frase, me arrepentí de haberlo hecho. Sin embargo ella pareció dejarla pasar de largo. Entró a la cocina, lavó el plato y salió a despedirse, estaba cansada y se iría a la cama. Me quedé en el naranjo un buen rato. Pasado una hora aproximadamente, me fui atrás, por donde los conejos, desde allí, podía ver la ventana donde ella dormía. No era misterio, no era perversión, pero algo me movía a verla en su privacidad. Entré en silencio por detrás de las jaulas y llegué hasta el ventanuco. La luz estaba encendida. Cuidadosamente me asomé, estaba en ropa interior, acostada en la cama escribiendo algo en el cuaderno que todo el día la había acompañado. La miré mucho rato hasta que sentí que aquello era absurdo o bastante morboso. Deshice el camino hasta el naranjo y me senté de nuevo. Al rato, ya de madrugada, ella apareció por la puerta. Le pregunté desde el naranjo si todo iba bien. Estaba algo nerviosa y se acercó hasta mi árbol. Dijo que había vuelto a soñar con ello, pero no supe a que se refería. Habló caóticamente, decía cosas que yo no comprendía. Palabras sueltas: "Las plagas. Los sueños. El mar enfurecido". La abracé para tranquilizarla. En ese momento cayó una naranja e impulsivamente toqué su nalga ella me respondió con un beso fugaz y luego me dio una bofetada. Se volvió ala casa. A la mañana siguiente ella actuó de un modo normal. Como si nada de la noche hubiera sucedido. Por la tarde se acercó, me dijo que se volvía a a casa, Se despidió formalmente y desapareció. Una semana después aparecieron unos tipos que, según dijeron, venían a hacer las remodelaciones de la finca que había encargado la señorita. Me fui donde los conejos, al volver vi que con una sierra cortaban mi naranjo. No hice nada, no dije nada, Seguí caminando hasta la puerta y seguí por el camino por donde se fue el perro, por donde se había ido siempre el dueño y la semana anterior ella, el camino por donde se iban todos. No volví. Jamás volví.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esa sensación de tren en la canción ahora la interpreto como de las agujas del reloj y las horas pasando una detrás de la otra, una naranja cae, luego otra, y así, perdiendo la cuenta.

El cuento es un cuento maravilloso. Me gustó el final. También el principio y todo entre entre un extremos y el otro. Es maravilloso. Me recuerdas a una gran amigo de quien recibo siempre emails que me dan la vida.

Gracias por esto.


CL.

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