jueves, abril 22, 2010

La primera noche del viaje

Dejé la maleta en la habitación, me cambié los zapatos y salí a la calle. Caminé por esas abarrotadas calles del centro a esa hora del principio de la noche. Entré en un bar, había un partido entre dos equipos con el uniforme rayas y un resultado ajustado. Dos tipos miraban con indiferencia la pantalla, el resto de la gente no atendía a la televisión. Pedí una cerveza que bebí extremadamente rápido. Volví a pensar en lo agradable que es una cerveza y me pedí una segunda. Me quedé sentado en la barra. Anoté una frase en una servilleta de papel. Era una frase que había recordado de repente de un libro que acababa de terminar en el avión, antes de aterrizar en esa ciudad. La leí varias veces y me pareció que al transcribirla yo, sin querer, inconscientemente, había modificado el sentido. Alguna palabra variaba el curso fluido de la frase que originalmente quería anotar. Pensé en lo preciso que se necesita ser con las palabras, en ese terreno ajustado y preciso de las palabras. En como estas nos definen. El uso que hacemos de ellas delatan algo que nos revela. Pagué las dos cervezas y salí de nuevo a la calle. Caminé despistadamente por una calle ancha, entré a cenar en un restaurante italiano. Dos horas más tarde, ya de madrugada, seguía caminando por la ciudad desconocida. Me crucé con dos chicas absolutamente atractivas. De manera desconocida para mi, me acerqué y les hablé. Les dije que no era de la ciudad, que tenía el horario absolutamente cambiado y que no me entraría sueño hasta mucho más tarde, que si me podían recomendar algún lugar para tomar algo. Ellas me arrastraron hacia unos lugares modernos y snobs. Primero entramos en un café donde tocaba un grupo de oscura música electrónica. Una de ellas me hablaba, la otra desapareció. La que me hablaba me contó a que se dedicaba y me preguntó por mi. Inventé una historia extraña y poco creíble sobre mi vida, pero ella la creyó. Ella me dijo que era Argentina y que llevaba año y medio en la ciudad. Al rato salimos de allí. Paramos un taxi y fuimos hasta una parte del centro de la ciudad con calles muy estrechas y algo deterioradas. El taxi nos dejó en la parte de atrás de un cine. Las chicas no me dejaron pagar el taxi. Esperaron que se fuera y caminamos por unos callejones bastante decadentes. Alcanzamos un portal miserable y tocaron en el telefonillo. Una voz masculina atendió y dijeron algo así como "madrugada 210". Abrieron. Subimos por unas escaleras de madera, yo me fije en el trasero de la argentina mientras ascendíamos, se movía rítmicamente, marcando musicalmente la subida de cada escalón. Posiblemente mi único fin de esa noche era acostarme con ella. Alcanzamos el cuarto piso, cruzamos una puerta. Se abría un pasillo largo hacia el fondo. Lo caminamos. Reverberaban los tacones de las dos pisando el suelo antiguo. Llegamos a un salón. Nos sentamos en unos sofás inmundos. Salió un tipo con una barba gigante y sin camiseta, no habló. La española, que era de donde era la otra chica, dijo "queremos galaxia" y el tipo de la barba se fue. La argentina, cuando ya estábamos solos, dijo que esto era algo realmente raro pero que sería inolvidable. Unos minutos después volvió el tipo de la barba, puso una pipa y unas hojas de plátano en la mesilla, de una estánteria viejísima sacó unos vinilos. Sonó Blind Willie Johnson. La argentina encendió la pipa y la española abrió y sacó algo de la hoja de plátano, lo aspiró y me pasó. Yo aspiré y luego fumé de la pipa y luego aspiré y luego más pipa. Me puse en pie, me asomé por una ventana y vi un patio, en la ventana de enfrente una mujer de mediana edad me saludó y se dio la vuelta, en el piso de abajo un tipo escribía en un ordenador, le miré mucho rato, mucho. Pensé en su vida, pensé en su destino. Él también había nacido. Escribí concentrado. Imaginé el texto, dudé ¿Una tesis? ¿Un informe? ¿Un trabajo? ¿Literatura? ¿Un libro? ¿un poema? ¿Cuántos poemas se escriben cada noche en una ciudad? ¿Cuantos cuentos? ¿Cuanto novelistas perdidos al otro lado de una ventana de un patio de una calle de una ciudad cualquiera? ¿Trascenderá ese texto que escribe ese tipo ahí, en ese lado de la ventana? En ese momento la argentina me tocó el hombro y me preguntó si iba todo bien. La casa estaba a oscuras y sonaba esa melodía lejana que todo lo transformaba. Le dije que si y traté de besarla pero ella me esquivó. Luego me lanzó una mano a la cabeza y soltó un montón de frases inconexas. Miré y me di cuenta que la española y el tipo de las barbas no estaban. Volví a mirar por la ventana, el patio estaba cada vez más iluminado. Cerré la cortina y me senté en el sofá. La argentina se puso a mi lado. Nos quedamos callados. El vinilo estaba rayado y se quedó dando botes en el mismo punto. Pensé, sin orden, en lugares en los que había estado. Vi aquella playa, aquella calle, aquellos edificios. La argentina me cogió la mano y está vez se dejó besar. Absurdamente le dije que la amaba, pero o no me escuchó o no le dio valor, lo cual agradecí. Mis manos, como habían calculado desde horas antes, se lanzaron a sus nalgas. Ya no pensé en nada, me manejé lineal, gobernado por un instinto muy decidido.

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