miércoles, noviembre 25, 2009

Volcano

Nunca queda claro, jamás. Ni siquiera se mueve en el terreno de las decisiones, se mueve en algún lugar aún desconocido. Hay tanto ahí dentro por descubrir ¿Qué decide que un recuerdo perdure y mantenga mas nitidez que otros? ¿Por qué cada vez que escucho esa canción recuerdo aquella tarde lenta, en aquella playa por donde no pasaba nadie, aquel vacío amable? No queda claro, porque narrado, contado como secuencia, realmente no pasó nada. Un tipo camina por una playa vacía que va recorriendo la costa. La playa está maltratada, llena de escombros, sin embargo conserva su encanto tropical. Hay un ritmo raro de olas y algo de viento que mueve las palmeras anunciando algo que parece que va a ser y luego no es nada. Va cayendo la luz y un barco a lo lejos avanza sin urgencias hacia el precipicio del horizonte. No pasa nada más. Ya todo se mueve en un terreno inabarcable de sensaciones en ese tipo que camina a solas por la playa. La luz se va volviendo tenue y las palmeras se van ensombreciendo, todo está entre el naranja y el azul. El tipo se queda unos diez minutos mirando el mar, ve las olas romper y la reverberación brutal de ese sonido de olas rompiendo le rebota como un eco que suma grados a la sensación de vacío. En ese instante recuerda, pero no recuerda nada preciso. Vienen cosas, destellos, trozos de cosas que tampoco están muy hiladas. Cierra los ojos y siente algo primitivo. Viene su vida pero no en una forma precisa, sino la forma básica del instinto, de la supervivencia. Su sensación única y explicable de sentirse vivo. Viene ese animal o sale de él hacia afuera. El caso es que siente su conciencia despegándose y percibe que es un cuerpo en un lugar impreciso. Rompen las olas. Imagina su sangre a toda velocidad por el cuerpo. Los órganos en movimiento, el estómago desplazándose mínimamente como un planeta ingrávido, el hígado, los tejidos, la piel, todo eso que sucede ajeno a el mismo. Hay algo invisible e imposible para su conocimiento ahora mismo. Hay doscientos millones de sensaciones que habría que cerrar con un sólo adjetivo y sabe que eso no es cierto. Trata de dejar el idioma atrás, que suceda lo que tenga que suceder. Trata de no traducir todo eso en palabras, que no es lo mismo que dejar de pensar. El error es querer dejar de pensar. El intento que ahora considera acertado es percibir intentando no traducir. No hay lenguaje que abarque todo lo que está sucediendo en esa quietud en un atardecer de una playa tropical a ocho mil kilómetros de casa. La playa está vacía y naranja. Imágenes del pasado, ficciones, sensaciones del presente. Humedad, caras, melodías, alegrías, miedos. Hay una sensación constante por ahí, en medio de esa sinfonía inalcanzable que es su cuerpo en ese momento. La perplejidad, el desconocimiento absoluto. Todo es remoto, como si descubriera que lo que percibe, lo que siente a cada milésima de segundo no le perteneciera sino que viniera grabado y viniera de entonces, desde los prímeros hombres en la tierra. Nada se aclarará esa tarde, porque nunca nada se aclara, pero la intuición de que tampoco nos pertenecemos emerge con claridad, con fuerza. La fascinación eterna de un ser vivo ante las luces del atardecer, la encantamiento de caminar por una playa vacía, de aspecto tropical, son sensaciones que vienen de atrás, de dentro, por encima, por debajo, por dentro, pero vienen de atrás, de antes, de otros. Somos cadenas. No es él el que está fascinado, es la humanidad entera, un montón de individuos que habitaron este planeta hace siglos. Son todos a la vez mirando ese atardecer extraño y lejano en una playa vacía y descuidada, por donde no pasa nadie ¿Es por eso que recuerdo, porque no recuerdo yo, sino que recordamos todos miles de individuos atraídos por aquella luz, por aquel vacío, por aquella inabarcable extrañeza, porque no era yo?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha recordado al libro que me recomendaste "El corazón de las tinieblas".

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