lunes, noviembre 23, 2009

El viaje eterno

Pegué la cabeza al cristal del autobús, cerré el libro, cerré los ojos y me fui un rato a ese entresueño leve de viaje de autobús. El zumbido del motor y la vibración del cristal en mi cabeza debieron trasladarme a un estado de pseudo hipnosis y ese estado, por extraño que parezca, me trajo un paisaje campestre a la cabeza. La imagen era muy sólida, contundente, pero además venía acompañada de otros elementos: olores, sonidos, temperaturas, humedades y táctos. El tacto del un árbol en mi mano, el tacto de hierba salvaje en mis pies que en ese momento aparentemente están descalzos. En ese ambiente, afectado por una visión absolutamente otoñal que tengo potente ante mis ojos, creo sentir un sosiego y una calma total. La sensación de que todo se ha detenido en un momento idóneo, casi perfecto. Respiro y siento el olor a tierra húmeda, la sensación de humedad me atraviesa no sólo la piel sino cada inspiración. De repente camino, me dejo llevar por mis pies, por mis piernas, por mi ritmo. Casi floto. Atravieso ese campo en medio del otoño y anochece. Camino, veo árboles, veo imágenes, veo algunas nubes en el cielo que juegan y forman tonalidades, por supuesto, sorprendentes. Se va yendo la luz y camino, dejo de reconocer todas las formas, las sombras que van formando el principio de la noche. La oscuridad crece a un ritmo curioso, su velocidad es cada vez mas veloz hasta que se implanta la noche y se detiene. Entonces, como no veo, me apoyo a los pies de un árbol, apoyo la cabeza y cierro los ojos. Oigo un zumbido, se agita el árbol. A mi cabeza viene una imagen. Un autobús atraviesa una carretera. Voy sentado en uno de los asientos, mi cabeza está pegada al cristal, la vibración de ese cristal, por extraño que parezca, me trae una imagen campestre a la cabeza.

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