martes, noviembre 24, 2009

Juegos

A veces jugábamos a los papeles, a los roles. En general jugábamos a no conocernos. Entrábamos en el metro y ella se ponía en una esquina y yo en la otra. Entonces forzábamos las percepciones para parecer que el otro era un desconocido más dentro del vagón y nos mirábamos con distancia, tratando de adivinar si la mirada de ese nuevo desconocido contenía un vestigio de seducción, una atracción indescifrable en la brevedad de un viaje en metro o si por el contrario era una mirada despistada que coincidía repentinamente en el mismo punto, en la misma línea de visión. La duda nunca quedaba clara porque siempre había un momento en el que uno de los dos sonreía y desmoronaba la sensación de desconocidos. Una especie de toma falsa donde uno de los actores pierde concentración y ríe en medio de la actuación. Pasó muchas veces. Otras jugábamos a entrar en algún restaurant, en algún bar y sentarnos en lugares diferentes, separados, distanciados. Cada uno debía asumir un papel que el otro desconocía y adivinarlo a lo largo de la noche. A veces intervenían otras personas. De repente, era lo común, a ella se le acercaba algún tipo y ella tenía que seguir interpretando el rol que yo desconocía desde la otra punta del bar. Así fuimos abogados recién salidos del trabajo o arquitectos que acababan de entregar un proyecto. Yo fui poeta, escritor de guías de viaje, pianista de hotel, asesino a sueldo. Ella fue camarera en paro, diseñadora gráfica, fotógrafa y otorrinolaringóloga. A eso jugábamos, a desconocernos para reconocernos otra vez. Era casi un enfrentamiento contra las posibilidades, como si nos quisiéramos demostrar que hubiéramos sido lo que hubiéramos sido, siempre habríamos terminado juntos. Un desafío al azar o una forma imprecisa llamada destino. En cada bar, en cada vagón ella volvía ser alguien que no conocía y la atracción permanecía intacta y la volvía a seducir. Cada día era el día que marcaría nuestro posterior aniversario porque siempre estábamos empezando de nuevo, siendo otros. Cada día podía llamar a un amigo y decirle: " He conocido a una periodista que me encanta" y al día siguiente llamarle otra vez y decirle: " He empezado a salir con una alpinista que me vuelve loco". A eso jugabamos. Cada día. Ayer, sin ir mas lejos, entramos en el metro. Nos separamos ya en el andén. Entró por un lado, yo por otro. La vi de nuevo allí, a un lado, sentada junto a un anciano de cara entrañable y a un tipo de mi edad. Me gustó porque mas que ningún dia noté que ella interpretaba el papel, como si hubiera alcanzado la perfección en un interpretación y resultará, realmente, una desconocida. La miré y mi mirada no la encontró. La volví a mirar y nada, ella jugaba a mirar a otro, al chico que tenía al lado. Le miró, la miró. Se miraron tanto que de repente sentí que no participaba en el juego, que había sido expulsado. Me acerqué sonriendo, quizá celoso, para detener el juego y volver a ser nosotros. Le dije que si nos bajábamos en la siguiente estación, entonces ella me miró con ojos raros, con ojos distantes y miró al chico y le dijo:

.- Cariño, este hombre me está molestando.

El tren llegó a la siguiente estación y se bajaron juntos, agarrados de la mano. Les vi irse y comprendí que el juego había terminado.

No hay comentarios.:

Mi lista de blogs

Afuera