Hace un rato ha entrado un enfermero, le ha dado un vasito de plástico minúsculo con un líquido de un color indefinido. El enfermero ha hablado del clima, de presiones y humedad, de nubes y sopor, de las intensidades atmosféricas del verano, luego le ha preguntado sobre su nerviosismo y ha soltado un par de frases tranquilizadoras que seguramente emita en cada habitación, cada mañana de su vida laboral. Ha medido su tensión, ha hecho un gesto afirmativo y casi en susurro se ha dicho, mas a si mismo que al enfermo, que está bien, que la tensión mantiene el pulso y anota el resultado en una carpeta. Se ha girado y ha salido de la habitación. Al salir la habitación se ha quedado en su habitual profundo silencio, ha vuelto a esa serenidad extraña, a esa quietud sospechosa. Cada vez que el enfermero o enfermera de turno cruzan la puerta y desaparecen, siente una leve nostalgia, o algo que podría parecerse a la nostalgia. Le gusta el rito de esos profesionales, su minuciosidad, su paciencia, esa tranquilidad que traen de por si. Cada vez que entran la habitación se llena de una vitalidad potente, o ni siquiera potente, sino de vitalidad. Saludan, se mueven con gracia, ejecutan y anotan, miden, entregan, mueven y se van. Luego el silencio, el constante silencio de dos que apenas hablan, dos que, estáticos, esperan en los colchones prestados del hospital. Ahora está el silencio y el reloj, en breve aparecerá una camilla y un par de personas que le moverán y se lo llevarán, atrevesarán pasillos que desde la habitación parecen otros mundos. Ascensores, plantas desconocidas, conversaciones que van de paso y que le ignoran al pasar. La vista del mundo boca arriba, las luces en el techo, las ruedas de la camilla que dos desconocidos empujan y le dan una conversación que ellos jamás recordarán y que sin embargo será su conversación antes de todo eso. Los camilleros son expertos. no sólo en los entresijos del hospital, sino de la vida. Suelen contar historias parecidas, tranqulizadoras. A ellos o algún familiar les ha pasado algo parecido y ahora están tan panchos, que ya ni se acuerdan. Y el va callado, pensando incluso en los últimos sueños, imaginando como será el viaje de anestesia, ese simulacro. Un viaje de ida y vuelta. Sueños y anestesia. Poco mas. Cruza unas puertas, las últimas puertas, hay un grupo de gente que bien podría ser un psicodélico equipo de futbol. Le hablan, le mueven de la camilla a la mesa, le desnudan. Todo sucede rápido, le hacen preguntas graciosas, hay humor en los rincones mas insospechados, piensa. De repente todo gira, hay una vuelta y se va a negro. Comienza la segunda parte del viaje.
Todo va a salir bien. Vas a ver que si.
A mi vieja
2 comentarios:
Aprendí a leer hace poco y pretendo practicar ahora con estos posts. Gracias por los ejercicios.
Se bien de esas rutinas de hospital. He estado del lado que entra y sale de la habitación; del que mide, toma la tensión, anota en una carpeta y sale.
La mayoría de las veces que lo dije, realmente lo sentí. Espero que todo salga bien.
CL
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