viernes, junio 19, 2009

Noches de pijama verde

Hace un rato ha entrado un enfermero, le ha dado un vasito de plástico minúsculo con un líquido de un color indefinido. El enfermero ha hablado del clima, de presiones y humedad, de nubes y sopor, de las intensidades atmosféricas del verano, luego le ha preguntado sobre su nerviosismo y ha soltado un par de frases tranquilizadoras que seguramente emita en cada habitación, cada mañana de su vida laboral. Ha medido su tensión, ha hecho un gesto afirmativo y casi en susurro se ha dicho, mas a si mismo que al enfermo, que está bien, que la tensión mantiene el pulso y anota el resultado en una carpeta. Se ha girado y ha salido de la habitación. Al salir la habitación se ha quedado en su habitual profundo silencio, ha vuelto a esa serenidad extraña, a esa quietud sospechosa. Cada vez que el enfermero o enfermera de turno cruzan la puerta y desaparecen, siente una leve nostalgia, o algo que podría parecerse a la nostalgia. Le gusta el rito de esos profesionales, su minuciosidad, su paciencia, esa tranquilidad que traen de por si. Cada vez que entran la habitación se llena de una vitalidad potente, o ni siquiera potente, sino de vitalidad. Saludan, se mueven con gracia, ejecutan y anotan, miden, entregan, mueven y se van. Luego el silencio, el constante silencio de dos que apenas hablan, dos que, estáticos, esperan en los colchones prestados del hospital. Ahora está el silencio y el reloj, en breve aparecerá una camilla y un par de personas que le moverán y se lo llevarán, atrevesarán pasillos que desde la habitación parecen otros mundos. Ascensores, plantas desconocidas, conversaciones que van de paso y que le ignoran al pasar. La vista del mundo boca arriba, las luces en el techo, las ruedas de la camilla que dos desconocidos empujan y le dan una conversación que ellos jamás recordarán y que sin embargo será su conversación antes de todo eso. Los camilleros son expertos. no sólo en los entresijos del hospital, sino de la vida. Suelen contar historias parecidas, tranqulizadoras. A ellos o algún familiar les ha pasado algo parecido y ahora están tan panchos, que ya ni se acuerdan. Y el va callado, pensando incluso en los últimos sueños, imaginando como será el viaje de anestesia, ese simulacro. Un viaje de ida y vuelta. Sueños y anestesia. Poco mas. Cruza unas puertas, las últimas puertas, hay un grupo de gente que bien podría ser un psicodélico equipo de futbol. Le hablan, le mueven de la camilla a la mesa, le desnudan. Todo sucede rápido, le hacen preguntas graciosas, hay humor en los rincones mas insospechados, piensa. De repente todo gira, hay una vuelta y se va a negro. Comienza la segunda parte del viaje.

Todo va a salir bien. Vas a ver que si.


A mi vieja

2 comentarios:

Anónimo Rodríguez dijo...

Aprendí a leer hace poco y pretendo practicar ahora con estos posts. Gracias por los ejercicios.

Anónimo dijo...

Se bien de esas rutinas de hospital. He estado del lado que entra y sale de la habitación; del que mide, toma la tensión, anota en una carpeta y sale.

La mayoría de las veces que lo dije, realmente lo sentí. Espero que todo salga bien.

CL

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