viernes, diciembre 05, 2008

Poeta perdido

Su hijo le salió poeta, con todo lo que ello significa, mas en un pueblo como ese en el que vivían. El hijo escribía con muchísima frecuencia y la única lectora de esos versos era su madre, nadie mas habría tenido la paciencia en 100 kilometros a la redonda de leer aquellos poemas tremebundos. La madre mostraba a menudo una enorme preocupación por el destino y vida de ese hombre meditabundo y melancólico que era su hijo. No se le conocían amigos, no se le conocían relaciones, abandonó muy pronto los estudios y su vida transcurría en esa habitación donde pasaba horas y horas escribiendo poemas para un solo lector, su madre. No tenía ambiciones literarias en cuánto a que su obra saliera de aquella casa en medio de un pequeño pueblo de un pais gigante. Bien mirado parecía que su único interes era perseguir y encontrar la frase perfecta, dicho sea de paso, algo de lo que estaba realmente lejos. Si algo tenía su poesía es que era desdichada, pero desdichada en todos los sentidos, después de leerlos se sentía una profunda infelicidad, un sentimiento no de tristeza, depresivo o gris, no. Lo que había en cada uno de aquellos versos era infelicidad, un terreno, por demarcarlo algo mejor, muy muy lejos de la dicha. Nadie atendía a aquel hombre flaco y barbudo que en su viaje físico por la vida se parecía cada vez mas a Jesucristo o a la imágen mas comercial que tenemos de éste. Vestía de manera poco comprensible, su ropa parecía ropa traida de un planeta muy lejano donde habitan unos tipos parecidos a nosotros pero con leves variaciones en la comprensión de las cosas, la ropa era ropa pero extraña, como si la hubiera confeccionado un desquiciado con visiones hace tres siglos. Pocas veces salía de casa y cuando lo hacía caminaba por el pueblo con la mirada perdida y no saludaba ni hablaba con nadie, llevaba siempre, eso si, un cuaderno en la mano y un bolígrafo en la otra, alguna vez se le veía detenerse nervioso en algún rincón del pueblo para anotar una frase. Fue siempre así, tantos años hasta la bendita mañana en que su madre algo enferma por un virus fuerte de gripe le pidió que saliera a la farmacia y luego a la tienda a comprar naranjas. En la frutería había entrado a trabajar la hija del dueño. Podríamos prolongarnos en la narración de lo que vino, pero la historia es simple y conocida. Hubo amor y el resto siempre se parece. El poeta abandonó los 27 años de oscuridad y lejanía y fue aterrizando lentamente en este planeta, en sú pueblo, en el mundo. Se enamoró hasta el tuetano pero por suerte para su vida y destino, la hija del frutero también. Hoy son una pareja de cincuenta años, con tres hijos y una vida sencilla y feliz, este aún escribe poemas, pero en su favor diremos que estos han logrado una evolución que jamás se esperó. Sus poemas no son ya desdichados, no son grandes poemas, pero al menos no te conducen a un tunel de dolor y desesperanza.

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