lunes, diciembre 15, 2008

Guantes

Creo que fui el primero en salir de aquella sala, ese tipo de espacios por el que todo ser humano siente cierto desapego. No siento ninguna emoción en las ceremonias que rodean a la muerte en esta parte del mundo, al contrario me anestesian o me alejan de cualquier emoción. Me parecen ceremonias ajenas a cualquier creatividad, a cualquier indicio de inteligencia, de cualquier caracteristica especial de nuestra especie. No siento nada, me quedo adormecido sentimentalmente, para recuperarlo una vez se acaban esos actos incomprensibles. Salí de la sala y me quedé fuera viendo en el parking como llegaba otra caravana de gente, de coches, de abrazos y de gente llorando, otro ataud, otra vida finalizada. Me quedé quieto, pensando en mi propia muerte o en la de la gente que mas quiero. Pensé en el muerto que estabamos despidiendo de esa manera poco acertada y pensé lo jodidamente raro que era que este jamás volviera a pisar la tierra. Salió alguien mas, había tanta gente que no conocía, gente de su trabajao, familia, amigos de otro lado. Tanta gente de la que alguna vez había hablado con él, de los que incluso alguna vez nos habríamos burlado o hablado mal, de otros de los que hablaba siempre bien. Cotilleos que ahora me venian a la cabeza como una especie de homenaje a ese humor que realmente iba a recordar muchos años. Salió toda la gente y hablé con los de su universidad, con los que alguna vez coincidimos en fiestas o noches canallas y me despedí. Finalmente me acerqué a una de sus mejores amigas y nos dimos un abrazo. Le di mi teléfono, por si realmente algun dia necesitaba algo, y por algo que tampoco sabría definir, pero quizá en ese momento hubiera deseado irme con ella y charlar de algo que no fuera nuestro muerto. Me monté en el coche y decidí no volver a casa, cogí carretera al azar y me puse música. Hacia tanto frio que ese sábado las carreteras estaban vacias y me resultaba placentero conducir sin dirección precisa. No sentí tristeza, lo que sentí o lo que he sentido cuando estas cosas suceden es que lo que sucede parece algo impuesto. En esos casos te das cuenta que la vida es bastante mas solida que todo lo que nos invetamos que suele ser el dia a dia. Es decir, lo cotidiano, realmente es mas ficticio. Vas, vienes, vuelves y hay un fondo de ficción que la muerte de repente te recuerda que lo real va a otro ritmo y aparece de vez en cuando, marcando su ritmo intenso y potente, mas potente que cualquier otra cosa. No se puede modificar. Me paré en un pueblo en medio de la infinita esplanada, me pedí una cerveza y algo para comer. Me sonó el teléfono, era su mejor amiga. Me preguntó si podiamos quedar esa misma tarde, que tenía ganas de hablar y que aunque no nos conociamos mucho, sabía que o sentia que era la única persona con la que podría hablar con cierta comodidad. Mentí, o no mentí, no dije donde estaba, simplemente le pedí dos horas de tiempo para quedar, el tiempo suficiente para volver, pero no le dije que estaba a dos horas de la ciudad, para que no cancelara la cita.

No se si fue bueno que aquella noche nos acostáramos. Evidentemente hubo fuga por su parte. A mi me resultaba extraño haber enterrado a uno de mis mejores amigos y haberme enamorado siete horas mas tarde de su mejor amiga. Dormimos en su casa. Me desperté a la mañana siguiente atormentado por la resaca y por un manojo de sueños dificiles de contar o incluso de entender por mi mismo. La ví a ella que dormía y me levanté de la cama sin hacer ruido. Me asomé a la ventana, seguía haciendo frio. Me empecé a vestir y ella abrió los ojos, nos saludamos con cierta timidez. Me pregunto sin ninguna intención si ya me iba. No supe contestar y ella me dijo que si quería me quedaba a desayunar con ella. Evidentemente acepté. Durante el desayuno ella me contó uno de sus sueños. Había soñado con el, con una especie de fiesta en de cumpleaños en una casa que jamás había visto pero que el decía haberse comprado, había gente de todo tipo en la fiesta y de repente sonaba una sirena que no dejaba hablar a nadie, que todo el mundo se tapaba los oidos y trataba de disminuir el sonido brutal que venía de no se sabe donde. Ella comenzaba a buscarle por la fiesta y no estaba, no estaba en ningún lado. Luego la fiesta volvía a la normalidad, volvía a sonar música pero el no aparecía y ella trataba de hablar con todos esos desconocidos.

Al terminar el desayuno, no supe que hacer, pero sobre todas las cosas me apetecía quedarme ahí. Snetía que había algo de tormentoso o de extraño que ella y yo estuvieramos así, cuando hasta unos dias antes solo habiamos sido dos personas que tenían un amigo en común. Sospechaba si lo que sucedia era un forma de diluir ese sentimiento siempre confuso de la muerte. Ella tampoco dijo nada, se encendió un cigarro y se me quedó mirando y sentí una extraña forma de felicidad, como una especie de luz de vela o un sonido que viene de lejos o unos guantes....

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