martes, agosto 30, 2011

Biografía de TDK

En el segundo cajón de la mesa del despacho encontramos algunas cintas, estaban etiquetadas manualmente con títulos peculiares que en general hacía referencia a la electrónica: circuito integrado, prototipos, termoiónica, diodo, pentodos. Había a su vez subtítulos que eran difíciles de leer. Los cogimos y los guardamos en bolsas. Rescatamos algunos libros y una especie de libro de contabilidad donde había anotadas cosas sin sentido, líneas, números esparcidos y algún dibujo o boceto con intenciones artísticas. Al salir cerramos con llave. Nos sentamos en el primer banco que encontramos en el camino. Ojeamos los títulos de los libros. Yo sólo reconocí "La sinagoga de los inconoclastas", los demás eran libros extraños, algunos eran intentos de ficcionar teorías matemáticas con historias que enredaban hasta la locura la misma teoría, dándole a cada elemento de las formulas un carácter y una participación en una historia indescifrable, otros eran libros eróticos de bajo perfil, había libros de autores desconocidos, tipos que habían reunido algunos cuentos y con un poco de dinero habían logrado publicar alguna tirada de su obra, caprichos de escritores amateurs o pseudo amateurs. Leímos en alto algunos de esos cuentos. Los argumentos eran, algunos, delirados. En uno, un chico de dieciséis años se encuentra con una banda de enanos cuyo fin es robar a los tipos que miden más de uno ochenta y cinco, altura en la que los enanos estipulan aparecen los altos. EL chico de dieciséis mide uno ochenta y cuatro y los enanos, que le piden todo su dinero, toda su ropa y los zapatos, argumentan entre ellos, tras un debate que se prolonga y prolonga que aunque aún no entra en la medida robable, la edad le confirma, con toda seguridad, que en menos de un año estará más allá del uno ochenta y cinco. El debate termina en pelea entre los enanos más radicales y los enanos solidarios, pelea que el chico aprovecha para la huida, una huida extraña, porque mientras corre, el chico siente una notable solidaridad por los enanos, al punto de que llorando implora al destino, a la genética, que no le haga pasar de la terrible barrera del uno ochenta y cinco. Otro hablaba de una extraña variación de los nazis. Otro transcurría en un partido de futbol cuya tanda de penaltis se prolonga eternamente, proponiendo una eternidad basada en la emoción y el nervio de un penalti que puede ser, siempre, el último. La victoria o derrota como fin de la eternidad.

Nos repartimos los libros entre los tres y decidimos caminar para buscar un radiocasette para escuchar las viejas cintas de halo misterioso. Los radiocasettes se han convertido en una reliquia, en algo difícil de encontrar y barajamos distintas posibilidades. Al final fuimos a casa de mi abuelo, que aún escucha radio en su viejo radiocasette. Cogimos una primera cinta al azar. Sonaba música, pero una música que jamás, ninguno, habíamos escuchado. Eran capas de sonidos electrónicos y algo disonantes que se iban sumando y formando una especie de ambiente desquiciado. En otras escuchamos la voz, su propia voz grabada reflexionando sobre distintos temas: el amor, la ciencia, la oscuridad, la pintura abstracta. En otras escuchamos sonidos ambiente de la calle, conversaciones distintas recogidas al azar. Frases sueltas. Finalmente escuchamos una donde decía la fecha y narraba lo ocurrido en esa día. Era un diario hablado que se iba extendiendo a lo largo de varias cintas que fuimos clasificando cronológimente. Cuando lo hicimos fuimos al principio y estuvimos días escuchándolas. La historia del viejo era emocionante. Inicialmente hablaba de pequeños acontecimientos a partir de un día preciso todo da un giro; un giro, digamos, emocional. Cada día grababa su voz pausada, tremenda. Las historias que fuimos escuchando cambiaron nuestra vida.


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