miércoles, agosto 24, 2011

Fotos de Martín Castillo

La fotografía, toda la fotografía, de Martín Castillo será recordada. No será recordada en vida, mientras Martín deambulo nostálgico o eufórico por una esquina de Buenos Aires. Los fotógrafos son terribles, casi tan terribles como los músicos o como los artistas plásticos o como los periodistas, que son todos, en general, terribles y apuntan más que reciben y detestan, les encanta detestar y no ser detestados. Los fotógrafos no se si detestarán la fotografía completa de Martín, sus recovecos, su estética, su estilo, y cuando digo estilo digo personalidad, que es el único estilo que interesa. Martín tiene, podríamos decirlo de mil maneras, pero esta es la única correcta, muchos huevos. Martín dispara, pero dispara no en el sentido metáforico o en el sentido de como se usa ese verbo en la fotografía. Martín dispara de verdad, no fotografía, sino que acude a balaceras y nadie sale bien parado, ni él, ni sus modelos, ni los objetos. En las fotos de Martín todo queda como queda la zona cercada por la policía en el momento del registro. Todo son pruebas, rastros de un crimen colectivo en el que todo el mundo ha salido disparado. Lo mejor de toda la obra de Martín, de cualquiera que se mire, incluso de sus primeras fotos, es que está ajena de cualquier pretensión y eso no lo puede decir cualquier fotógrafo, casi ninguno, poquísimos. En realidad lo pueden decir Martín y unos pocos fotógrafos más, porque el resto, en general, pecan de pretenciosos, un adjetivo detestable.

No es fácil el viaje de Martín como fotógrafo. No fue un camino encontrado a la primera. Como uno no se encuentra a la primera con ninguna de sus características personales: son cosas que se van aprendiendo a golpes, a golpes salvajes, a lágrimas incluso. Martín es fotógrafo como también es marcadamente ordenado, algo neurótico, adorablemente simpático, entrañable, el mejor compañero para una borrachera y el mejor para hablar del dolor y de la melancolía. Martín no es fotógrafo por que lo dictara una vida, Martín es fotógrafo de personalidad, es un rasgo más. No podría ser arquitecto o músico del mismo modo. Martín no escogió serlo, venía dado en su código genético como su orden o como su facilidad para inventar juegos. Recuerdo una tarde en la diecinueve, no sé que hacíamos allí. Estábamos sentados esperando algo, algo que nos mantenía allí, a media tarde. Martín propuso contar coches, los coches que pasaban en un periodo preciso de tiempo. Cada uno debía escoger una marca. 112 chevrolet en tres minutos y medio, ocho Toyota en dos. Datos estadísticos que te hacían presuponer algo, algo invisible, algo que estaba allí, estático, inmóvil pero indescifrable. Algo así, creo, son las fotos de Martín. Algo que se ve. Algo que ha pasado, algo que viene y que va. Un disparo y la vida sigue. Martín será recordado, estoy seguro de ello.


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