martes, agosto 05, 2008

Abdul conduce

Abdul miró serenamente la carretera y siguió avanzando consciente de que el tiempo y el espacio juegan a la manera de un acordeón y que mucho tienen los paisajes de delirio, de no realidad en este punto exacto del planeta. Abdul avanza y siente el calor en la ventanilla del coche y sube el volumen de ese disco que se compró la última vez que viajó al desierto. Saca de la guantera algunas fotos y se las enseña al copiloto y sonrie ofeciendo esas postales de ese viaje, el copiloto sonrie agradecido del gesto, no se entieden, Abdul no comprende el español pero es consciente de que con gestos es fácil comunicarse, con gestos y con cuatro palabras en ingles cualquiera se dice lo que sea, lo que demuestra, según Abdul, que el lenguaje tiene algo de esclavitud, de sometimiento. El lenguaje nos detiene, piensa mientras el copiloto observa con atención esas fotos del desierto. Abdul sabe que ese copiloto desearía dar la vuelta en ese punto de la carretera y correr pais abajo y llegar al desierto, lo sabe y sonríe y sube la música del disco, un disco que apropiadamente se llama algo así como "Las músicas del desierto", y Abdul ve que el copiloto mira y mira las fotos y los dos saben que en el desierto no hay respuestas, ni revelaciones pero que algo esconde el desierto en esa hipervisibilidad, que el desierto algo da, algo tiene, algo guarda. Que como los laberintos el desierto se detiene y crece a cada instante, que el tiempo y espacio, como un acordeón, juegan con las sensaciones variables de las cosas. Arena y tiempo. Abdul sabe y mira y conduce y el copiloto que jamás ha estado en el desierto piensa que le gustaría ir con Abdul al desierto. Callar y avanzar, darse la mano al final del viaje y ver que el tiempo y el desierto en el fondo no son mas que un juego, un juego que se estira y encoge, y que las respuestas, nunca, estan en ningún lado.

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